Ayer por la noche, mientras sacaba a pasear a los perros, me metí por un camino y, de pronto, me encontré cara a cara con un jabalí. Impresiona ver un bicho tan gordo y, en ese momento, tan plácido. Me retiré discretamente y cuando estaba a unos metros… ¡pies para que os quiero! El cabrito del jabalí -dos animales en uno-, vino luego al jardín de la parroquia a levantarlo todo. Con ruidos y alguna que otra piedra conseguí que al final se marchase. Mis perros no tienen instinto cazador, parece ser. Bueno, esto del jabalí lo pongo porque impresiona y justifica, en parte, que se me olvidase colgar el comentario a su hora.

“Se me ha dado la gracia de anunciar a los gentiles la riqueza insondable de Cristo, e iluminar la realización del misterio, escondido desde el principio de los siglos en Dios, creador de todo.” Esto si que impresiona, más que un jabalí. Estamos acostumbrados a mirar a Cristo: miramos a Cristo presente en la Eucaristía, miramos las representaciones -algunas de ellas admirables- , de Cristo, cuadros, estampas, películas…, miramos tanto que tal vez se nos ha olvidado contemplar. Para contemplar tenemos que meternos en el interior de la llaga del costado de Cristo, descubrir la riqueza de esa sangre y agua derramada en los sacramentos. Esa inmensidad del amor del creador que se entrega por la creatura, del Padre que entrega a su Hijo, de la efusión del Espíritu Santo que llena nuestros corazones, a ese Dios y no hombre que nos ama, nos cría, nos toma en sus brazos y nos cuida.

Esta solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús nos lleva de la mano al misterio del último suspiro de Jesús en la tierra. Contemplar el “todo está cumplido” y darnos cuenta de que no nos enteramos de nada.

Ayer leía otro documento de la Iglesia en el que no aparecía ni Dios, ni Jesucristo, ni Espíritu Santo, ni gracia, ni fe…, ni nada. Sólo fraternidad y besos y  abrazos. ¿Qué vamos a ofrecer al mundo sino a Jesucristo? ¿Buenas intenciones? Esas no salvan, sólo salva Jesucristo. Si no anunciamos a Jesucristo, si no es Él ante quien “doblo las rodillas ante el Padre, de quien toma nombre toda paternidad en el cielo y en la tierra, pidiéndole que os conceda, según la riqueza de su gloria, ser robustecidos por medio de su Espíritu en vuestro hombre interior; que Cristo habite por la fe en vuestros corazones; que el amor sea vuestra raíz y vuestro cimiento; de modo que así, con todos los santos, logréis abarcar lo ancho, lo largo, lo alto y lo profundo, comprendiendo el amor de Cristo, que trasciende todo conocimiento.” Entonces estamos vendiendo nada y vacío. Estamos engañando a la gente enseñándoles la bondad y ocultando al Bueno.

Nuestra Madre, la que Jesucristo nos entregó en la cruz, limpiaría esa llaga del costado, miraría de cerca el interior de Dios y quedaría asombrada del amor infinito de Dios por nosotros. Madre mía, ayúdame a tan siquiera vislumbrar ese Misterio.