Ya llevaban un tiempo con el Señor. Le habían oído predicar, habían caído en la cuenta de que no lo hacía como uno de esos predicadores vulgares que van, cuentan su discurso y luego siguen con su vida. La palabra del Señor era su propia vida. Notaban que no era una persona ordinaria, no porque sólo fuera valioso moralmente, sino porque cuánto hacía y decía reventaba las costuras de sus oyentes. A todos les daban ganas de ponerse a su lado y hacer camino con Él. ¿Quién era este hombre que apaciguaba las aguas y las tormentas, multiplicaba panes y peces, y ponía a los niños en primera fila como modelos de santidad?

Los discípulos acaban de llegar a Cesarea de Filipo y están agotados. Guardan silencio, acaban de cenar las viandas que han recogido por el camino y sólo tienen ganas de echarse a dormir. Pero el Maestro quiere saber de sus almas, porque el roce hace el conocimiento. ¿Qué piensan de Él? Una breve digresión. El lugar del que se nos habla en el Evangelio está situado a los pies del Monte Hermón, en los Altos del Golán, cerca de la frontera con Siria y Líbano, una de las zonas más peligrosas durante los años del imparable conflicto palestino – israelí. Allí se nos muestra Jesús interesado por la opinión de los suyos.

Es normal, en familia todos nos conocemos y los padres saben hasta lo que van a decir los hijos en cuanto el primero abra la boca. Recuerdo que Schopenhauer tenía una definición de familia un poco cínica, pero no del todo desencaminada. La comparaba a una camada de erizos. En un día de mucho frío los erizos necesitan estar cerca los unos de los otros, y procuran apretujarse para darse calor. Pero en el momento de la proximidad, que es excesiva, se repelen, se hacen daño. En cambio sí se van lejos pasan frío. ¿Entonces? Los erizos tienen que encontrar la distancia adecuada. El filósofo decía que las familias necesitan precisamente hallar esa distancia que les permita verse con perspectiva, juzgarse, entenderse, quererse. El Señor se pone a la escucha de su camada. Y Pedro es el primero que se lanza, “tú eres el Mesías, el Hijo de Dios viviente”. Ojo, lo que dice Pedro no es una deducción personal del tiempo que ha pasado con Jesús, como si hubiera ido tomando notas de las cualidades de su Maestro. Es un golpe de gracia de Dios.

Sólo las personas que llevan la atención levantada, como si estuvieran dispuestos a dejarse invadir amorosamente por otro, son capaces de recibir la gracia de Dios. No es que Dios dé la fe y los conocimientos sobrenaturales a quien le da la gana o lo hace aleatoriamente. Él siempre está a la puerta de cada uno de nosotros, llamando. Sólo quien está atento, deja entrar al eterno huésped.

Pedro quería al Señor, la frase llegó de arriba.