Vaya por delante que no quiero comparar a los teléfonos móviles con los demonios que aparecen en el Evangelio. No todo aquello que tiene el mismo objetivo es de la misma naturaleza. El Papa Francisco habla mucho de la lucha del cristiano contra el Demonio, que es falso, engañoso, ladino, que mejor no hacerle caso, que lo nuestro es pegarnos a Cristo y andar en conversación con su Madre… Dice que no le demos alegrías, que no juzguemos con dureza a los demás, así nos acercamos a su posición. Que no maldigamos a los demás, así usamos sus mismas palabras. Que no mintamos, etc. Pero he visto un punto en común entre nuestro móvil inteligente y el entretenimiento mayor del Diablo, que me ha ha hecho pensar. Tanto uno como otro buscan provocar una operación centrífuga, es decir aspiran a la dispersión del usuario.

James Williams es un joven nacido en Cabo Cañaveral, ha sido estratega de Google y acaba de publicar un libro muy interesante, “Clics contra la humanidad”. Un ensayo sobre los sistemas de persuasión que condicionan nuestro pensamiento y decisiones. El Diablo es el magnate por antonomasia de la persuasión. No hay más que releer el pasaje del Señor en el desierto para advertir cómo se lo quiere llevar a su terreno en cada una de sus invitaciones, y cómo el Señor no pierde la entereza en ningún momento, porque su humanidad pertenece al Padre y pertenece también a cada uno de nosotros. Cuando alguien sabe dónde está, es muy difícil que la persuasión le alcance.

Williams se sincera con el lector y le cuenta el problema de haber minimizado hace tiempo los trastornos resultantes de estar sometidos permanentemente a un estado de dispersión debido a las nuevas tecnologías. Digamos que nos ha tocado vivir un tiempo en que el Diablo tiene poco que distraer a un ser humano que ya ha conseguido entrar en distracción. Me contaba hace poco un ingeniero que acaba de quedarse viudo de una mujer muy religiosa, que jamás en su vida ha encontrado marcos de encuentro para hablar de los temas que preocupan de verdad al hombre. Siempre ha estado trabajando, ha usado la cabeza para solucionar fórmulas conceptuales y solventar problemas del personal laboral. Pero no ha podido hablar de por qué se aburre, por qué tiene que morirse, por qué Dios no habla más claro.

Tenía razón Aristóteles, “da pena que el hombre no pueda servirse de sus propios bienes”. Dios nos ha regalado esta vida para hacer una biografía de encuentros los unos con los otros, de poner paz donde hay odio, descansar en el pecho de Cristo cuando llega la noche porque apetece prolongar la amista que se forjó durante el día. Pero nosotros ponemos el móvil, y nos quedamos  fuera de los bienes que se nos han regalado. A veces ni el Diablo hace falta…