Se ha dicho que en la transfiguración Jesús mostró a sus discípulos un anticipo de su resurrección a fin de que estos no se escandalizaran en el momento de su pasión y muerte. Así lo sugiere también el texto de hoy cuando, al final, Jesús manda a sus discípulos que guarden silencio nada hasta “que el Hijo del hombre resucitara de entre los muertos”. Ahora ven vestido “de un blanco deslumbrador” al que después será desfigurado por nuestros pecados. También son los mismos tres discípulos que asistirán a la agonía de Getsemaní. Allí la escena será totalmente distinta pues Jesús caerá rostro en tierra. Pero, es el mismo Jesús en el que se manifiesta su condición divina y su unión con el Padre y el que, en su verdadera condición humana, carga con nuestros pecados.

La escena de la transfiguración también nos habla de nuestro progreso en la vida espiritual. Así, por ejemplo, el Papa Francisco señalaba hace unos años: “La subida de los discípulos al monte Tabor nos induce a reflexionar sobre la importancia de separarse de las cosas mundanas, para cumplir un camino hacia lo alto y contemplar a Jesús”. Y el papa Benedicto se fijaba en que, para dicha ascensión, hay que tener en cuenta de que es Jesús quien “tomó consigo a Pedro, Santiago y Juan”.

En la vida de oración se habla de la meditación y de la contemplación. Así como en la meditación ponemos de nuestra parte, buscando, por ejemplo, una mejor intelección de los textos del evangelio o reflexionando sobre alguno de los misterios, en la contemplación somos como llevados. En cualquier caso la oración siempre ha de ser movida por el Espíritu Santo y por ello es muy conveniente invocarlo antes de ponerse a rezar.

Hay momentos en que se nos hace más patente el amor de Dios, o su grandeza, o su bondad o cualquier otro atributo. Y quedamos como detenidos ahí sin discurrir nada. Entonces experimentamos un gran consuelo o somos arrebatados por la belleza o la alegría.

Si volvemos a la escena, se nos dice que los apóstoles querían permanecer allí. Sin embargo, hay que bajar del monte. La vida continúa en el valle y, en el caso del evangelio, el camino de Jesús seguirá hasta Jerusalén, primero, y después hacia la Ascensión a los cielos.

En nuestra vida espiritual pasamos por momentos distintos. Los ha de luz y los hay de oscuridad. Pero siempre hay que tener presentes las palabras del Padre que los discípulos oyeron en el Tabor: “Este es mi Hijo, el amado, escuchadle”. Vivimos de la fe en Jesús y continuamente sus palabras son la luz que guía nuestro camino.