Martes 10-8-2021, san Lorenzo, mártir (Jn 12,24-25)

«El que quiera servirme, que me siga, y donde esté yo, allí también estará mi servidor». Hoy celebramos la fiesta de uno de los mártires más famosos entre los primeros cristianos, san Lorenzo. El fue diácono de la diócesis de Roma y fiel ayudante del papa san Sixto. Haciendo honor a su vocación (diácono es “el que sirve”), toda su vida la entendió como un servicio a Dios y a la Iglesia. Y de esto ya podemos aprender mucho, porque en nuestro tiempo no está nada de moda eso de servir. Preferimos tantas veces brillar, pisar a los demás, ser reconocidos y alabados, que nos sirvan a nosotros… antes que agacharnos y servir a los demás. Pero sólo en el servicio encontramos la verdadera alegría de una vida entregada, como fue la de san Lorenzo.

Lorenzo sirvió al papa, sirvió a todos los cristianos, sirvió a los más pobres, y en todos ellos sirvió al mismo Cristo. Pero cuando se desató una violenta persecución contra la Iglesia por parte del Imperio romano, nuestro santo tuvo ocasión de realizar el último y más grande servicio de todos. Puesto a prueba en un duro combate, prefirió perder la vida que negar su fe en Cristo Jesús. Así, como siervo de Cristo, siguió a Cristo hasta el final, y mereció la corona eterna de la victoria.

El relato de su martirio es conmovedor. Dejemos que su lectura nos traslade unos cuantos siglos en el tiempo, para contemplar el triunfo de este auténtico campeón de la fe:

 

Estando el papa Sixto ya preso en la cárcel, encomendó a su diácono Lorenzo que custodiara los tesoros de la Iglesia para repartirlos entre los pobres. Entonces Lorenzo empezó a buscar con afán por toda la ciudad de Roma dónde estaban escondidos los cristianos perseguidos, para ayudarles a cada uno en lo que fuera necesario.

Deseando apoderarse de las riquezas de la Iglesia, los soldados romanos capturaron a Lorenzo y lo condujeron preso ante el prefecto Valeriano. El prefecto conminó a Lorenzo: “Deja tu tozudez y revela ya dónde están escondidos los tesoros de la Iglesia”. Lorenzo repuso: “Bien, pero dame tres días de tregua para reunirlos”. El prefecto le concedió esa tregua. Desde aquel día, san Lorenzo reunió a todos los ciegos, cojos y enfermos que pudo encontrar.

Terminado el plazo, se presentó en el palacio donde le aguardaban el César y el prefecto. El César le dijo a Lorenzo: “¿Dónde están los tesoros que habías prometido presentar?” En ese momento Lorenzo hizo entrar a la multitud de pobres, y exclamó: “¡Estos son los tesoros de la Iglesia! Tesoros eternos que jamás disminuyen, sino que crecen”. Entonces el César y el prefecto mandaron que Lorenzo fuera castigado con toda clase de tormentos. (Del Relato del martirio de san Lorenzo).