Muchas veces a lo largo de mi vida he meditado con el evangelio de hoy, bueno, siendo sincero más que meditar he hecho examen de conciencia con él, porque es algo que realmente me preocupa en mi ministerio si con mis palabras, mis consejos, ejerciendo al autoridad de mis responsabilidades… cargo pesados fardos sobre las espaldas de las personas, o, por el contrario, como el Cireneo, les ayudo a cargar, aunque sea un rato, las cruces que tanto les pesan.

Pero ¿cómo hacerlo?, yo creo que hay dos adjetivos, honestidad y coherencia, que nos sirven de salvavidas ante esta enfermedad que padecían los fariseos y los escribas del tiempo de Jesús y que están en la raíz de muchos de los clericalismos que, con extrema paciencia, sufre la Iglesia en sus pastores.

Honestidad que se traduce en creer yo primero, que se traduce en el examen de conciencia diario, que se traduce en confrontarse con las propias realidades y no dejarse engañar por las propias excusas, que se traduce en mirar cara a cara a la realidad… Se imaginan predicar sobre la pobreza después de haber comido en el Palace… se imaginan dar consejos que yo no cumplo… se imaginan confesar después de pecar… Y no es que no sea consciente de que no soy perfecto y que de serlo, lo seré en el cielo, sino que por lo menos tenga la humildad de conocerme y no engañarme en quien soy, no se si puede haber algo más triste que creerse quien no eres.

Hablando ayer con un amigo, que está pasando una época de cambios en su vida me reconocía que ser honesto es complicado… que muchas veces por no entrar en conflictos, por mantenernos en la confortable mediocridad no le ponemos nombre a nuestras situaciones con resultados catastróficos, tanto para nosotros como para los que «supuestamente» queremos.

Sin embargo con la honestidad no se consigue todo, porque la actitud del cristiano, menos la del presbítero, no puede ser la de conformarse. San Ignacio dice que estamos llamados al Magis, que, para mí, tiene mucho que ver con la coherencia, es decir, con que exista un correlación entre lo que creemos y lo que hacemos. Después de haber visto dónde estamos (honestidad) sin paños calientes ni excusas, tenemos que optar y esto implica elegir conforme a lo que Dios me invita a vivir, tenemos que elegir, como en la meditación de las dos banderas, cuál es el estandarte que guía nuestros pasos, el del Rey eternal o el otro. No existe el cristianismo pasivo porque Dios siempre nos empuja al camino, sin violencia, con todo su cariño, pero con decisión, sin posibilidad de escapar, pues no decidir siempre es una decisión.

Así que cuando escucho este evangelio parece que me miro en el espejo, y, como cada mañana, me doy cuenta de que necesito algo de aseo, y algo (un camión) de humildad para salir al encuentro de aquellos que el Señor ha confiado a mis pobres cuidados. Y recuerdo que los que han sido testigos del Evangelio para mi, presbíteros o laicos, vivían, consciente o inconscientemente, en esa coherencia y esa honestidad de fe que se vuelve contagiosa… una oración por ellos por los testigos, por mi abuela, por la hermana que me enseñó a leer, por el Maestro de Novicios, por el cooperante en la India…

Le invito, querido lector, en este momento, a hacer su lista y a darle gracias a Dios por todos ellos. Y si recuerda algunos que le hayan cargado algún pesado fardo, que también yo los conozco, pidamos juntos por ellos, porque están verdaderamente necesitados de nuestra oración y de la misericordia de Dios.