No hay nada mejor que pasarse las vacaciones en la parroquia. Te pueden decir que no cambias de aires, pero el aire cambia cuando sopla. Que no conoces lugares nuevos, pero son tantos que no sabría por dónde empezar. Que hay que descansar, pero aquí se descansa porque muchos se van fuera, y dos Misas diarias y unas cuantas confesiones no agotan a nadie. Que hay que pensar en otras cosas, a no ser que quieras pensar en Cristo, entonces no hace falta pensar en otras cosas. Pero me alegro mucho por los que hayáis estado, estéis o estaréis de vacaciones…, siempre que os vayáis con Cristo, Él no se toma vacaciones de nosotros.

“¡Ay de vosotros hipócritas! ¡Ay de vosotros guías ciegos!” Ya siento interrumpir el descanso playero, el tinto de verano y las chanclas al sol con estos “Ayes” del Señor, pero la liturgia manda. No podemos decir que Jesús no sea claro, no se exprese con de manera completamente diáfana.

“Ni entráis vosotros ni dejáis entrar a los que quieren”. ¿Soy impedimento para que alguien llegue al reino de los cielos? No solo con una actitud escandalosa, que haberlas ahílas, sino también por mi tibieza, por mi falta de amor, por esas Misas que me he saltado porque hacía demasiado calor o se estaba también con la familia, por esos ratos de oración que se han convertido en siesta, por ese enfado permanente por que no se ha hecho lo que yo quería.

¡Que viajáis por tierra y mar para ganar un prosélito, y cuando lo conseguís, lo hacéis digno de la “gehenna” el doble que vosotros! ¿Cuántas veces he hablado de mi, de mis cosas, mis opiniones o mis decisiones y cuántas veces de Cristo este verano? Y a veces mis opiniones las pongo como si fuera las del mismo Dios y me lleno de satisfacción cuando me dan la razón, cuando se hacen de “mi verdad”.

¡Guías ciegos, que decís: “Jurar por el templo no obliga, jurar por el oro del templo sí obliga”! ¿Cuántas veces exigimos que cumplan nuestros derechos, o lo que nos han prometido…, y cuántas veces nos olvidamos de los “derechos” de Dios y de lo que le hemos prometido? Nos encanta poner “lo mío” por encima de los demás, por encima de Dios. ¡Damos a veces tanto valor a lo que tiene tan poco!

¡Ciegos! ¿Qué es más, la ofrenda o el altar que consagra la ofrenda?!  ¿Cuántas veces busco mi santidad, el demostrarle a Dios lo bueno que soy, qué buscar la santidad de Dios, la bondad de Dios? Muchas veces me encuentro que el dolor de los pecados no es por no haber vivido como hijo de Dios, sino porque no he mantenido mis propósitos. No nos duele no haber estado con Dios sino no haber cumplido nuestros objetivos.

Bueno, no está mal haber comenzado la semana con un pequeño examen de conciencia, más nos vale poner nuestra vida con humildad ante Dios que escuchar un día uno de sus “ayes”. Ya puedes volver al mojito, a la tumbona, o al lado de la cama del enfermo, o a esa visita que vas postergando o al Sagrario, que tal vez esté la parroquia vacía y Él te espera.

Descansa en María, descansa con san José, descansa en Dios.