San Mateo nos deja algunos detalles de su vocación, que son de gran ayuda para nosotros. La prontitud de su respuesta a Jesús tras la invitación de Cristo a seguirle: “él se levantó y lo siguió”. No nos retrasemos en los requerimientos que Dios nos hace cada día: perdona esto a este hermano tuyo, haz aquel pequeño favor que llevan tiempo pidiéndote, remata ese trabajo que vas retrasando… El amor no nos permite retrasar la respuesta. La prontitud es signo de hacer las cosas por amor.

Como consecuencia de la alegría por la elección del Señor, organiza una fiesta en su casa ¡a la que invita a publicanos y pecadores!, personas que estarían excluidas de la salvación. Con su celebración da lugar a mostrar la misericordia de Jesús, especialmente con los pecadores. “Andad, aprended lo que significa Misericordia quiero y no sacrificio: que no he venido a llamar a justos, sino a los pecadores”. El pecado no tiene la última palabra ¡Cómo iba a tener la última palabra nuestra miseria! ¡Dios es rico en misericordia y más grande que nuestro pecado! “Donde abundó el pecado sobreabundó la gracia” (Rm 5,20). La misericordia de Dios ha puesto un límite al mal. Es como si Dios dijera al mal ¡Hasta aquí llega tu poder! “Cuando le establecí un límite poniendo puertas y cerrojos, y le dije: Hasta aquí llegarás y no pasarás; aquí se romperá la arrogancia de tus olas” (Job 38, 11-12).

Dios responde siempre con la plenitud del perdón. La misericordia siempre será más grande que cualquier pecado y nadie podrá poner un límite al amor de Dios que perdona. Esto no “supone una banalización del mal. Cristo lleva en su cuerpo y en su alma todo el peso del mal, toda su fuerza destructiva, abraza y transforma el mal en el sufrimiento, en el foco de su amor sufriente. El día de la venganza y el año de la Misericordia, coinciden en el Misterio Pascual, en Cristo muerto y resucitado. Esta es la venganza de Dios, que en la persona de su Hijo sufre por nosotros. Y así, cuanto más estemos tocados de la Misericordia de Dios, tanto más entraremos en solidaridad con su sufrimiento. Debemos disponernos a completar en nuestra carne «aquello que falta a los padecimientos de Cristo» (Col. 1-24)” (Ratzinger, Misa antes del Cónclave, 21-IV-2005).

Frente a la realidad del pecado del hombre, la respuesta de Dios es un plan de salvación. El hombre no queda sólo ante su pecado; hay algo más que experiencia de culpa. Por la iniciativa de Dios cabe el arrepentimiento. Vivamos nosotros también la experiencia de la misericordia, la alegría del perdón en el sacramento de la reconciliación. Y acudamos sin temor al trono de la Misericordia. No temer, porque nuestro pecado y fragilidad no es toda la verdad de lo que somos: unos pecadores que quieren amar con locura a Jesucristo. “Recuerda, Señor, que tu ternura y tu misericordia son eternas. No te acuerdes de los pecados ni de las maldades de mi juventud; acuérdate de mí con misericordia, por tu bondad, Señor”, rezamos con el Salmo 24, 6-7)

Que nuestra Madre, que en cuanto conoció que su prima Santa Isabel estaba encinta se puso de camino para ayudarla, nos ayude a nosotros a responder con prontitud y agradecimiento a las llamas de su Hijo.