En aquel tiempo, mientras Jesús hablaba a la multitud, una mujer del pueblo gritando, le dijo: ¡Dichosa la mujer que te llevó en su seno y cuyos pechos te amamantaron! Pero Jesús le respondió: Dichosos todavía más los que escuchan la palabra de Dios y la ponen en práctica (Lucas 11,27-28).

Cada vez que se proclama este evangelio, Jesús desconcierta. Como lo hizo en aquel momento que se describe en la escena. Podría parecer que Jesús tiene un desplante para con su madre y sus primos. Pero hoy este desconcierto alcanza un nuevo matiz. Entonces ni siquiera entre los apóstoles existía nada parecido a lo que hoy podríamos llamar devoción mariana. Habría que esperar a la pasión de Jesús, a las apariciones del Resucitado, y a Pentecostés, para que ellos reconozcan a María como madre de la Iglesia.

Hoy, devotos de María, el supuesto desplante de Jesús nos aterra. Sabemos que no es un desplante, sino una ocasión, la ocasión que le brindan para decirnos que lo importante para “formar parte” con él, es seguirle, y querer hacer como él la voluntad del Padre. Y en esto si que María destaca. Si es la madre de Jesús es porque en su día no pestañeó a la hora de decir si a la voluntad de Dios, pasase lo que pasase.

La cuestión es: ¿Qué lugar ocupa esta primacía de María, que es la primacía que Jesús ve en ella, con respecto al resto de cosas que reconocemos en ella?

Enseñaba San Pablo VI, y después el Concilio Vaticano II, que la Iglesia debe enseñar y testimoniar la sobriedad, transparencia, y generosidad de la devoción “de” María, esto es, de su confiada entrega a la voluntad divina, como mejor camino para encauzar la verdadera devoción “a” María. Pues a María, a la vez, se la venera, se la implora, se la ama, pero también se la imita:

Se la venera, porque el Padre del cielo la doto de dones excepcionales para la misión tan importante a la que fue llamada en la Historia de la Salvación: “me felicitarán todas las generaciones, porque el Poderoso ha hecho obras grandes en mi”, canta en el Magnificat.

Se la implora porque no hay intercesora más influyente en su Hijo, dador de todas las gracias, que quien lo llevo en su seno y lo dio al mundo.

Se la ama, se la ama con locura: Tal vez porque el pueblo cristiano siempre intuyó, con su infalible sensus fidei, que después del amor inmenso e infinito de Dios a los hombres, nadie, ninguna otra creatura humana, ama tanto como ella.

Pero también se la imita, porque ella es el prototipo de la fe, el modelo supremo del creyente, el tipo de la Iglesia, la “revestida de la Palabra”, de la Palabra de Dios: “estos son mi madre y mis hermanos, los que escuchan la Palabra de Dios y la ponen en práctica” (Lc. 8,21).

¿Qué lugar ocupa esta ultima parte de la devoción mariana en nuestra devoción mariana?, ¿Qué lugar ocupa aquella que va más allá de la devoción “a” María, y pasa a ser imitación de la devoción “de” María?