PRIMERA LECTURA
Vi agua que manaba del templo, y habrá vida allí donde llegue el torrente.
Lectura de la profecía de Ezequiel
En aquellos días, el ángel me hizo volver a la entrada del templo del Señor.
De debajo del umbral del templo corría agua hacia el este –el templo miraba al este–. El agua bajaba por el lado derecho del templo, al sur del altar.
Me hizo salir por el pórtico septentrional y me llevó por fuera hasta el pórtico exterior que mira al este. El agua corría por el lado derecho.
Me dijo:
«Estas aguas fluyen hacia la zona oriental, descienden hacia la estepa y desembocan en el mar de la Sal. Cuando hayan entrado en él, sus aguas serán saneadas. Todo ser viviente que se agita, allí donde desemboque la corriente, tendrá vida; y habrá peces en abundancia. Porque apenas estas aguas hayan llegado hasta allí, habrán saneado el mar y habrá vida donde llegue el torrente.
En ambas riberas del torrente crecerá toda clase de árboles frutales; no se marchitarán sus hojas ni se acabarán sus frutos; darán nuevos frutos cada mes, porque las aguas del torrente fluyen del santuario; su fruto será comestible y sus hojas medicinales».
Palabra de Dios.
Sal 45, 2-3.5-6.8-9
R. Un río y sus canales alegran la ciudad de Dios, el Altísimo consagra su morada.
Dios es nuestro refugio y nuestra fuerza,
poderoso defensor en el peligro.
Por eso no tememos aunque tiemble la tierra,
y los montes se desplomen en el mar. R.
Un río y sus canales alegra la ciudad de Dios,
el Altísimo consagra su morada.
Teniendo a Dios en medio, no vacila;
Dios la socorre al despuntar la aurora. R.
El Señor del universo está con nosotros,
nuestro alcázar es el Dios de Jacob.
Venid a ver las obras del Señor,
las maravillas que hace en la tierra. R.
Aleluya 2 Crón 7, 16a
R. Aleluya, aleluya, aleluya.
Ha elegido y santificado este templo – dice el Señor –
para que mi Nombre esté en él eternamente. R.
EVANGELIO
Hablaba del templo de su cuerpo.
Lectura del santo Evangelio según san Juan 2, 13-22
Se acercaba la Pascua de los judíos, y Jesús subió a Jerusalén. Y encontró en el templo a los vendedores de bueyes, ovejas y palomas, y a los cambistas sentados; y, haciendo un azote de cordeles, los echó a todos del templo, ovejas y bueyes; y a los cambistas les esparció las monedas y les volcó las mesas; y a los que vendían palomas les dijo:
«Quitad esto de aquí; no convirtáis en un mercado la casa de mi Padre».
Sus discípulos se acordaron de lo que está escrito:
«El celo de tu casa me devora».
Entonces intervinieron los judíos y le preguntaron:
«¿Qué signos nos muestras para obrar así?».
Jesús contestó:
«Destruid este templo, y en tres días lo levantaré».
Los judíos replicaron:
«Cuarenta y seis años ha costado construir este templo, ¿y tú lo vas a levantar en tres días?».
Pero él hablaba del templo de su cuerpo. Y, cuando resucitó de entre los muertos, los discípulos se acordaron de que lo había dicho, y creyeron a la Escritura y a la palabra que había dicho Jesús.
Palabra del Señor.
«Destruid este templo, y en tres días lo levantaré».
Los judíos replicaron:
«Cuarenta y seis años ha costado construir este templo, ¿y tú lo vas a levantar en tres días?».
Pero él hablaba del templo de su cuerpo. Y, cuando resucitó de entre los muertos, los discípulos se acordaron de que lo había dicho, y creyeron a la Escritura y a la palabra que había dicho Jesús.»
Y nosotros, ayer escuchábamos que si tuviéramos un poquito de Fé podríamos hacer las obras de Dios. Y hoy que nuestra Fé se llama Jesús, su cuerpo muerto, sepultado y revivido lleno de Gloria por siempre, y su Espíritu Santísimo quien nos cuida y nos llena de Vida, para que podamos ver al Padre Dios.
Hoy nos toca mirar a Dios, no a los hombres, no a las obras salidas de las manos de los hombres, no a los bellos templos, sino al Sagrario modesto. Durante más de 300 años los cristianos fueron perseguidos, y no pudieron hacer un sólo templo. Es la época más gloriosa de la Iglesia, cuando los creyentes sólo podían perder su vida, porque carecían de bienes materiales. Después nos hemos hecho cambistas, constructores de piedras ilustres que representan el poder de Dios, pero que no dejan ver a Cristo pobre, sin un sitio donde poder descansar su cabeza.
Podremos hacer celebraciones solemnes en honor a María, Virgen y Madre, en honor a Jesús Salvador nuestro, pero tapamos la sencillez de Cristo con el esplendor artístico que envuelve y desnaturaliza.
La Iglesia de Cristo es pobre y humilde porque Cristo es pobre y humilde. Nosotros, la Iglesia, hemos de proclamar a Jesús como es, pobre y humilde, no como nos parece que deba ser, soberbio y majestuoso.
El templo es el cuerpo de Jesús el Hijo de Dios, no piedras y pinturas que manifiestan el poderío de los hombres.