He estado un tanto apocalíptico esta semana, las lecturas se van prestando a ello según se acaba el año litúrgico. Cabe preguntarse un ¿y después qué?, y en contra de mi comentario de ayer cabe el mirar para atrás que despeja lo que vendrá. He ignorado bastante el libro de la Sabiduría que escuchábamos en las primeras lecturas, ahora abr ele corazón y lee:

Cuando un silencio apacible lo envolvía todo y la noche llegaba a la mitad de su carrera, tu palabra omnipotente se lanzó desde el cielo, desde el trono real, cual guerrero implacable sobre una tierra condenada al exterminio; empuñaba la espada afilada de tu decreto irrevocable, se detuvo y todo lo llenó de muerte, mientras tocaba el cielo, pisoteaba la tierra.

Toda la creación, obediente a tus órdenes, cambió radicalmente su misma naturaleza, para guardar incólumes a tus hijos.

Se vio una nube que daba sombra al campamento, la tierra firme que emergía donde antes había agua, el mar Rojo convertido en un camino practicable y el oleaje impetuoso en una verde llanura, por donde pasaron en masa los protegidos por tu mano, contemplando prodigios admirables

Pacían como caballos, y retozaban como corderos, alabándote a ti, Señor, su libertador.

¿No te resuena a la Encarnación? Ese guerrero implacable es un niño, es “Dios nuestra justicia”. Para entender el futuro miramos a ese Dios hecho hombre que fue, es y será. En Él ya nos ha hecho justicia sin tardar, llamándonos a la vida de Gracia, a ser sus hijos, a vivir con Él y por Él.

¡Cuántas veces clamamos a Dios para que nos escuche y ya nos ha escuchado en Jesucristo! Contempla la vida de Cristo -rezando el Santo Rosario es una buena manera de hacerlo de la mano de María-, y dime si no has recibido mucho más de lo que esperabas, de lo que merecemos.

Muchos no querrán reconocerlo, negarán el don del mismo Dios “cuando venga el Hijo del Hombre ¿encontrará esta fe en la tierra?”, pero, aunque el mundo entero niegue la salvación de Dios en Jesucristo esta no deja de ser más real y cierta.

Hoy sábado ten a confianza, la certeza, de María en la Salvación de Dios, no te apartes de Él y, como San José, seamos fieles en lo poco para recibir la justicia de Dios.