“Dichosos los pobres en el espíritu porque de ellos es el reino de los cielos”. Jesús no dice “será”, dice “es”. El reino de los cielos es que vives con Cristo y por eso empieza ya en este mundo. Porque nosotros podemos vivir con Cristo hoy, no hay que esperar a morir para vivir. Jesús nos llama “dichosos”.
A nosotros que contemplamos esta escena como un observador, desde la perspectiva de la tercera persona, nos escandaliza que una viuda pobre entregue a Dios todo lo que tiene para vivir. ¿Qué clase de Dios es este que despoja a los pobres de lo poco que tienen? No podemos entender el gesto de la mujer por nuestra falta de fe. No podemos entender la alegría de la mujer que, llena de gratitud, entrega a Dios lo más valioso que tiene. Y Dios, que siendo grande puede hacerse pequeño, acepta esa ofrenda que no necesita, para hacerla infinitamente valiosa, para mostrar la grandeza de esta mujer. Nada alegra tanto el corazón del pobre como que acojamos lo poco que nos pueden dar como expresión de su amor.
Dice el cuarto prefacio común de la liturgia eucarística: Pues, aunque no necesitas nuestra alabanza, ni nuestras bendiciones te enriquecen, tú inspiras y haces tuya nuestra acción de gracias, para que nos sirva de salvación, por Cristo, Señor nuestro. Eso es vivir eucarísticamente: ofrecer a Dios lo que le pertenece porque es suyo, nuestras vidas, y al hacerlo por amor a Cristo y uniéndonos a él, recibimos mucho más de cuanto podemos imaginar o concebir. No es cuestión de dar cosas sino de dar como expresión de nuestra entrega. Es darnos a nosotros mismos. “Tan grande es nuestro amor por vosotros, que hubiéramos querido entregaros no sólo el evangelio de Dios, sino también nuestras propias vidas; porque habéis llegado a sernos muy queridos”, les escribe san Pablo a los cristianos de Tesalónica (1 Tes 2, 8). Estos son los “dichosos”, los que pueden entregarse así.
Jesús solo llamó la atención de los discípulos sobre lo que dio aquella viuda en el cepillo del templo. No le llamó la atención las grandes sumas de dinero que daban ostentosamente y para ser vistos los ricos. Le llamó la atención lo que hizo esa mujer. Ni por lo mucho ni por lo poco, sino porque lo dio todo. Lo que a Jesús le llamó la atención no fue cuánto dio la mujer, de hecho, probablemente ella estaría avergonzada de dar tan poco y deseando que su ofrenda pobre pasara inadvertida, sino que a pesar de ser tan poco, ella lo dio, y era todo lo que tenía para vivir. Si hubiera podido saber que Jesús la estaba mirando y que hoy veinte siglos después íbamos a estar hablando de ella… habría esperado a otra ocasión; ella pensaba que nadie la veía, pero Dios sí lo vio. Como los mil y un gestos de amor pequeños que podemos hacer en nuestro día a día, en el trabajo o en casa, con la familia o con los amigos. A veces pensamos que estaría bien que nos los valorasen y agradecieran, pero no, mejor saber que Dios sí lo ve y que podemos hacerlo por él, no solo por los demás que pueden no reconocer ni agradecer, sino por él. A Jesús “se le gana” con estos gestos de amor en los que él reconoce su propio sacrificio. A él nadie le ha quitado la vida, él se ha entregado libremente y por amor. Una vez y para siempre, ese es el verdadero culto que se ofrece en el verdadero templo: entregar su sangre, su vida, que se derrama por su cuerpo. Y por ese sacrificio todos estamos salvados todos. Él se da por todos nosotros y ahora nosotros también podemos vivir como él, que es lo que anhela nuestro corazón. También nosotros estamos deseando darlo todo, el miedo que tenemos es darlo a quien no deberíamos dárselo, el miedo a darnos y perdernos. Pero ya sabemos que la viuda del evangelio no perdió nada, recibió mucho más de lo que podía haber pensado nunca. Ese es el secreto de la otra viuda pobre que aparece en el evangelio, María la madre de Jesús, que nos dio a su hijo, que entregó todo lo que tenía para vivir. Ella creyó y esperó. Y por eso es dichosa, porque ha creído y lo que le dijo el Señor se cumplió. Ella nos ha recibido como una multitud de hijos. “Muy dichosa me dirán todas las generaciones porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí”. Ese es el secreto.
Querido hermano:
Recuerda que Jesús se vació y se hizo nada, se anonadó a favor nuestro. Esa es la revolución del amor: que cuando da, no mide y que cuando mide, lo hace siempre con el metro de la entrega, del desprendimiento, de la ternura, de la acogida, del respeto al diferente, del cuidado especialmente al más débil, de la escucha de tantas historias rotas.
Jesús murió por nosotros, por amor. La cruz forma parte de la vida; nadie la elige, pero sí puedes elegir cómo la vives. Jesús murió por amor y es lo más poderoso que tenemos, transforma los corazones y es lo único capaz de transformar el mundo.
La forma de dar de la viuda es la que transforma familias, sociedad, la Iglesia y, en definitiva, es la que nos salva. Dar hasta que duela, sin esperar nada, pero con la alegría que da saber que: «El hombre es más hijo de Dios cuanto más hermano se hace de los hombres, y es menos hijo de Dios cuanto menos hermano se siente del prójimo».
Querido hermano
No des por obligación, comparte para vivir y ayudar a vivir gozosamente a los demás, y no olvides que la felicidad no la vas a encontrar buscando la tuya solamente. En estos tiempos difíciles, tenemos que actuar como la viuda: dar, no de lo que sobra, sino dar la vida.
Que nadie busque su propio beneficio, que nadie piense que en la vida puede ser feliz solo. Si pensamos en compartir generosamente y ayudar a vivir repartiendo vida, seguro que superaremos todas las crisis y dificultades.
Rezamos el Santo Rosario cada día, con la Virgen Maria, pedimos por la Paz en el Mundo. Por las personas que sufren y lloran. Por las Madres que son tentadas al Aborto. Tu hermano en la fe José Manuel.
“…que El , nos transforme en ofrenda permanente …”
“…en la unidad del Espíritu Santo.”
Madre de la Esperanza, intercede por nosotros
El Sr. SIEMPRE!! Sabe la INTENCION, no ve LAS VANIDADES Y APARIENCIASS????