JUEVES OCTAVA NAVIDAD

San Lucas 2, 36-40

“En aquel tiempo, había una profetisa, Ana, hija de Fanuel, de la tribu de Aser. Era una mujer muy anciana; de jovencita había vivido siete años casada, y luego viuda hasta los ochenta y cuatro; no se apartaba del templo día y noche, sirviendo a Dios con ayunos y oraciones”. ¡Cuantas mujeres en la Iglesia sirven a Dios! Muchas veces en silencio, pasando desapercibidas, pero mantienen a la Iglesia en pie ante tantas tonterías que tenemos los curas.

Acabando el año podemos seguir con nuestro examen de conciencia: ¿Cómo estoy sirviendo a Dios? Tal vez muchos descubramos que nos estamos sirviendo de Dios, pero que nos cuesta muchísimo cuando nos pide algo.

Normalmente Dios no nos pide cosas grandes: salvar al mundo de una catástrofe …. Dios nos suele pedir en cada instante que hagamos lo que tenemos que hacer y lo hagamos con amor, con entrega, con dedicación.

San Juan nos dice: “Os repito, jóvenes, que sois fuertes y que la palabra de Dios permanece en vosotros, y que ya habéis vencido al Maligno. No améis al mundo ni lo que hay en el mundo. Si alguno ama al mundo, no está en él el amor del Padre. Porque lo que hay en el mundo (las pasiones de la carne, y la codicia de los ojos, y la arrogancia del dinero), eso no procede del Padre, sino que procede del mundo. Y el mundo pasa, con sus pasiones. Pero el que hace la voluntad de Dios permanece para siempre”.

El que vive pensando en lo que sería, pierde la vida, la presente y la futura. Sin embargo, el que está atento a las gracias que Dios le da en cada instante, aunque parezca que pierde la vida, la gana.

Que el nuevo año nos ayude a estar en lo que hacemos y hacerlo siempre como lo haría la Virgen … serena, tranquila, alegre … haciendo en cada momento el querer de Dios.