Una de las tareas innegables y poco cuantificables, pro mucho que Cáritas lo intente, de las parroquias, es ayudar a los pobres. Existen “pobres de paso,” que pasan por una parroquia y se acercan a pedir algo, normalmente sólo piden unas monedillas que suelen salir del bolsillo del cura. Los pobres que viven en el término de la parroquia y que suelen ser atendidos desde Cáritas, con un seguimiento personal y ofreciéndole todo tipo de cursos y formación (y espero que también les ofrezcamos a Cristo). Y otros son los que se podrían llamar los “pobres vergonzantes”. Personas que, por circunstancias de la vida -cada vez más frecuentes-, nunca hubieran pensado en pedir nada, pero este mes no llegan para pagar el alquiler, o poner gasolina al auto o pagar el colegio de sus hijos. Les cuesta mucho hacerse cargo se su situación y cuando vienen tienen en ocasiones abultadas deudas con la tarjeta de crédito o del supermercado. Además de ayudarles casi a escondidas hay que hacer toda una tarea para que aprendan a vivir de otra manera y que se den cuenta que los gastos que antes les parecían “normales” se han convertido en extraordinarios. Tienen que darse cuenta que son pobres y vivir digna y pobremente hasta que la situación cambie (y luego también pueden seguir viviendo pobremente y ayudar a otros, si quieren).

“La mies es abundante y los obreros pocos; rogad, pues, al dueño de la mies que envíe obreros a su mies”.

Sería de pobre vergonzante -que no quiere darse cuenta de su pobreza-, el pensar que la Iglesia en occidente está en una primavera vocacional. La edad de los sacerdotes y de la vida consagrada es cada vez mayor y se mueren cada año muchos más de los que se ordenan o profesan sus votos. Muchas parroquias o conventos se cierran y no podemos atender a todo como hace unos años. Por propia lógica de gestión de efectivos ¿Qué podemos hacer?

Lo primero rezar, eso lo podemos hacer todos, al dueño de la mies que mande operarios a su mies. Podemos hacer mil campañas vocacionales u ordenar a todo ser sinsiente que se cruce por nuestro camino, pero si Dios no toca el corazón no tendremos ningún éxito. Así que todos como la viejita del Evangelio, pidiendo sin parar.

Lo segundo, que los sacerdotes sean sacerdotes: “te recuerdo que reavives el don de Dios que hay en ti por imposición de mis manos porque, pues Dios no nos ha dado un espíritu cobardía, sino de fortaleza, amor y de templanza”. No podemos estar en reuniones interminables, en congresos vacíos, siendo youtubers, tiktokers  y en cursillos de pastoral creativa. Lo nuestro son los Sacramentos, atender a las personas y cuidar a todos como lo haría el buen Pastor. La economía, la organización y mil cosas más las hacéis mil veces mejor los laicos.

Lo tercero, convencernos que la fuerza de Dios se realiza en la debilidad. Nuestra pobreza, aunque lleguemos otra vez a ser muchos sacerdotes y religiosos, es nuestra pobreza, nuestro desaparecer para el mundo y que cuando se encuentren con nosotros sólo encuentren a Jesucristo.

Santa María, Madre de la Iglesia, pon “Paz en esta casa”.