Los domingos, para gran alegría de los dentistas u odontólogos del barrio, solemos dar a los niños que viene a Misa un caramelo. Los tenemos en la sacristía y al terminar la Misa pasan a recoger su premio. La sacristía tiene puerta a la Iglesia y a la calle y también dese mi despacho se entra. Hace un par de domingos no había muchos penitentes, así que me fui al despacho a leer un rato (y fumarme un cigarrillo, que aquí hay que decirlo todo), mientras esperaba el momento de ayudar a dar la Comunión. De pronto se are sigilosamente la puerta que da a la calle, entra un niño de uso cuatro años (que me estaba dando la espalda), se dirige a la cesta donde están los caramelos y agarra todos los que caben en su manita. Se da la vuelta para irse y me encuentra sentado frente a él en el despacho, con mi libro, y carraspeo y le digo ¿Qué haces ladronzuelo? Se puso rojo como un tomate, soltó todas las chuches y salió corriendo sin decir nada. Al terminar la Misa vino por su caramelo como si nada hubiera pasado.

«¿Se trae la lámpara para meterla debajo del celemín o debajo de la cama?, ¿no es para ponerla en el candelero?

No hay nada escondido, sino para que sea descubierto; no haya nada oculto, sino para que salga a la luz. El que tenga oídos para oír, que oiga»

Hoy nos vamos a volver niños. Para Dios no hay nada escondido, nada se le oculta. No nos vigila como si fuera un policía que espera descubrir un delito, sino como un Padre que ve jugar a sus hijos, que disfruta con nosotros. Por eso no hay nada más absurdo que intentar burlar la mirada amorosa de Dios. Decíamos en el antiguo catecismo: “Dios lo ve todo, lo presente, lo pasado y lo futuro…” No hay nada escondido para Dios. Dios comprende nuestra debilidad, sabe que nos caeremos cuando corramos, que nos darán ganas de robarle el bocadillo a otro niño, que seguramente haya alguna pelea o que ignoremos a ese otro niño que está más sólo. Entonces, cuando nos damos cuenta de nuestro pecado, más nos vale volver hasta nuestro Padre y “ponernos una vez colorado que cien morado” (o las distintas variantes que tiene este refrán en el mundo). Acudir a la misericordia de Dios, reparar el daño causado y seguir jugando con la confianza de que nuestro Padre está cerca y Él lo soluciona todo.

Pero como intentemos negarlo, poner excusas, inventarnos versiones al final saldrá ala luz la verdad…, y nos quedaremos sin jugar.

Conozco mis debilidades, soy consciente de mis pecados -incluso fumo tabaco, que es el pecado mortal, mortal de nuestro tiempo-, y sólo le pido a Dios que me ayude a pedir perdón de mis pecados y a no disimular mis faltas y debilidades, que los demás me quieran como Dios me quiere, intentando cada día ser un poquito mejor. No quiero ser uno de los matones del parque que creen que su padre no los ve, que abusan, pegan, insultan, mienten, amenazan, roban, llevan doble vida y se inventan las reglas del juego para que sea a su favor. Están tan seguros entre los otros niños pues se creen más fuertes y mejores que los demás. Pero un día descubrirán que su padre no era ese señor enfrascado en la lectura de su diario ignorante de los juegos de los niños, sino aquel otro que los mira con lágrimas en los ojos y descubre que ha encendido unas llamas que no quieren dar luz, una sal que no sala, unas semillas que no germinan, unos hijos que reniegan de Él. Y no podrán contarle “su versión de los hechos”, pues, aunque ellos hayan abandonado a su Padre, su Padre jamás los dejó mientras jugaban y le ignoraban.

Que nuestra Madre del cielo nos ayude a ser de cristal, que todos puedan ver como somos, y si hay alguna mancha la limpie con cariño. Ella está junto al Padre, vamos a ofrecerle nuestros juegos en el parque.

(Nota: Auqnue el propio calendario litúrgico ayer se hacía un lío consigo mismo, San Timoteo y San Tito pueden tener Evangelio propio, que es el comentamos ayer)