La primavera pasada puse un pequeño huerto en un trocito de la parcela de la parroquia. Temprano por la mañana y por la noche le dedicaba un rato al huerto y me dio muy buenos tomates, pimientos, algunas fresas y calabacines…, tampoco daba para mucho más. Ahora está en barbecho esperando que pasen las heladas, cuando llegue la primavera volveré a plantar. La única diferencia es que el año pasado compré o me dieron las plantas, este año lo intentaré de las semillas de la cosecha del año pasado. Como nunca lo he hecho dentro de unos meses os contaré el resultado.

«El reino de Dios se parece a un hombre que echa simiente en la tierra. Él duerme de noche y se levanta de mañana; la semilla germina y va creciendo, sin que él sepa cómo. La tierra va produciendo fruto sola: primero los tallos, luego la espiga, después el grano. Cuando el grano está a punto, se mete la hoz, porque ha llegado la siega»

Nosotros somos simiente de Dios. No nos damos cuenta de los cuidados de Dos con nosotros, y nos creemos plantones fuertes e invencibles, que jamás nos faltará agua, ni nos atacará la araña roja, el sol saldrá cada día para alimentarnos y los pájaros no se atreverán a picotear nuestros frutos. ¡Qué ilusos somos! Nos creemos tan fuertes y la más mínima helada puede acabar con nosotros. Nunca nos daremos cuenta de los desvelos de Dios con nosotros. Si no fuese suficiente el entregar a su propio Hijo para preparar la tierra donde podamos crecer, cuida que nunca nos falte el agua del bautismo que nos dio para vivir cada día. En todo momento nos defiende de las plagas y parásitos que nos rodean con la luz del Espíritu Santo. Nos pone unas guías para crecer rectos y aprovechar la luz del sol con nuestros padres, sacerdotes y amigos buenos. Convierte nuestros pecados, nuestras hojas secas y muertas, por la obra de su misericordia en abono que nos alimenta y nos ayuda a crecer y de lo malo saca bueno. Nos rodea de cariño para que lo que comenzó siendo una semilla insignificante tenga toda la fuerza para crecer alta y vigorosa…, y después de todo esto seguimos presumiendo de “nuestros logros y virtudes”.

El Reino de Dios es sólo para los humildes, para los que se saben pequeños en muy buenas manos, para los que reconocen la grandeza de Dios y su infinita misericordia con nosotros. Y entonces, solamente entonces, daremos nuestros frutos sin pedir nada a cambio, pues damos gratis lo que hemos recibido gratis.

Cada cuenta del rosario a nuestra Madre la Virgen nos libra de la presunción y de la soberbia, para decir como ella: “Hágase, según tu voluntad”