Antes de la era tecnológica, el testimonio verbal era importantísimo en los tratos cotidianos de acuerdos familiares, comercio y otros asuntos. Y, por supuesto, constituía la prueba por excelencia en los casos judiciales. La difícil existencia de pruebas (fotos, grabaciones, impresiones, etc.) convertía la palabra en el testimonio más veraz de que aquello que se había visto u oído. El Antiguo Testamento recoge la costumbre de contar con dos testigos de la acusación. Eso bastaba para dictar sentencia contra alguien. El caso más conocido es el de la casta Susana (Dn 13), que es acusada por los dos viejos verdes que pretendieron violarla; es condenada por el falso testimonio de estos dos canallas de alto rango. La historia acabó bien por la intervención de Daniel, que desenmascaró la farsa de esos dos ancianos respetados y afamados socialmente por su condición, pero podridos en su interior.
El octavo mandamiento reza «No darás falso testimonio ni mentirás». Esta llamada de Dios a la veracidad de la vida, a la relación entre lo que pensamos, lo que decimos y lo que hacemos, se recoge de modo sapiencial en la primera lectura de hoy. Cristo, en el Evangelio, termina de rematar la misma idea, acudiendo a las habituales imágenes que ponen ejemplo a la enseñanza: la sinceridad de la vida ante Dios, ante los demás y ante uno mismo.
La ruptura entre lo que pensamos, lo que decimos y lo que hacemos indica nuestra propia incoherencia, nuestro pecado. La conciencia delata este modo de proceder porque nos damos cuenta de nuestra falta de veracidad. Esto es así porque tenemos una vocación innata a la verdad, que ha puesto Dios en nuestro corazón. Y, por esta razón, la unión necesaria de los tres aspectos requiere una constante lucha para vencer las tentaciones de decir verdades a medias, vivir con fachadas diferentes dependiendo del auditorio, o justificar pusilánimemente nuestras meteduras de pata.
Si la verdad nos hace libres, la mentira —es decir: la falsedad, la adulación, la tergiversación, la manipulación, la difamación, la calumnia, la crítica, el silencio injusto— nos hace esclavos.
La mayor dificultad con que nos topamos hoy es que el mismo concepto de verdad está en crisis en el mundo cultural y filosófico. Es necesario que no despeguemos nuestros pies de la tierra para empezar a andar por las nubes, como hacía Heidi en la intro de su inolvidable serie. Benedicto XVI consideraba que el amarre a la realidad lo encontramos al aceptar el mismo hecho de ser creados, es decir, lo revelado en el libro del Génesis. Todo lo que existe es verdadero porque es; y es porque es amado por Dios mismo, suprema verdad y supremo bien, cuyas cualidades se ven reflejadas en toda la creación. De este modo, la relación entre ser, existir, bien, verdad, belleza y unidad (principios morales y filosóficos fundamentales) encuentran su sentido.
Llevado este planteamiento a nuestra propia vida personal, el Señor nos interpela a vigilar nuestras acciones y palabras. No vamos a cambiar de un día para otro: una vez que tenemos el diagnóstico de la enfermedad, aplicaremos la medicina apropiada, que tardará tiempo en hacer su efecto. Así, pondremos especial empeño en no manipular para salirnos con la nuestra; en evitar la calumnia como venganza a alguien al que tenemos manía; procuraremos no revelar secretos de una confidencia; evitaremos las exageraciones dañinas al contar una historia; repararemos el daño que hayamos hecho con nuestra lengua; nos apartaremos de los correveidiles… Las aplicaciones prácticas son infinitas.
Termino con una última consideración: lo que está detrás de esos comportamientos. Si encontramos incoherencia entre lo que pensamos, decimos y hacemos, entonces tenemos que rezar tranquilamente qué está pasando, qué nos ocurre, qué hemos buscado con esa incoherencia. Al final, está en juego la relación entre lo que conocemos, lo que amamos y lo que deseamos. Y así, la causa de una calumnia pueden ser los celos; la hipérboles del relato, una vanidad inconmensurable; la revelación de secretos, envidia corrosiva…
Lo que se ve por fuera habla de lo que llevamos dentro. ¡Libérate con la verdad!
Querido hermano:
«Mira tu conducta con detenimiento. Verás que estás lleno de errores, que te hacen daño a ti y quizá también a los que te rodean. Recuerda,hermano que no son menos importantes los microbios que las fieras. Y cultivamos esos errores, esas equivocaciones —como se cultivan los microbios en el laboratorio—, con nuestra falta de humildad, con tu falta de oración, con tu falta de cumplimiento del deber, con tu falta de propio conocimiento… […] necesitamos un buen examen de conciencia diario».
Termina el Evangelio diciendo que: «No hay árbol bueno que dé frutos malos, ni árbol malo que dé frutos buenos. Cada árbol se conoce por sus frutos», ¿cuáles son tus frutos? Quien está a tu lado, ¿qué recibe de ti?
Analiza cómo estás desde Gálatas 5, 19-23. Te ayudará. Recuerda también lo siguiente: «No trates a la gente […] como ellos te tratan, trátalos tan bien como tú eres. Cada quien da lo que es».
Reza el Santo Rosario cada día, Pide por la Guerra entre Rusia Y Ucrania, Para que cese ya. Por el sufrimiento de las personas que están ahí, viviéndolo.
Tu hermano en la fe: José Manuel.
Pronunciamos palabras balbuceando de cualquier modo : «paz» ,es una de ellas.Lo hacemos así, pervirtiendo el lenguaje,sin respetar los mandamientos, incoherentes frente a las bienaventuranzas…desoyendo el mandato divino de ser hermanos y guardianes del prójimo.
La recta conciencia nos mueve a hacer el bien.Obedeciendo a Dios el hombre no se equivoca nunca.Él es Palabra ,Verdad y Vida…
¿Estoy cumpliendo su voluntad en mi vida? ¿Soy sembradora de paz y alegría en mi familia, en mi trabajo, en el lugar donde vivo…?
Le pido a Nuestra Madre que me enseñe el camino de la paz, y que no desoiga las palabras de su Hijo.