He convertido en una costumbre de los últimos «Vienes de Dolores», escuchar el Stabat Mater de Dvorak. Ciertamente la musicalización de esta antigua oración de la Iglesia, de origen medieval (S. XIII), ha producido excepcionales composiciones, desde el gregoriano hasta la musica contemporánea, y seguramente que a ustedes les emocionará especialmente alguna otra composición, pero para mi, esta de Dvorak es absolutamente soberbia, consigue mover mis emociones y escucharla después de haber leído las lecturas de este viernes supone una maravillosa oportunidad espiritual, por lo menos para mi.

El mundo emocional y la oración, la experiencia de Dios, en mi opinión, y en la de San Ignacio de Loyola bastante más cualificado que yo, no deben ser minusvalorados, todo lo contrario, deben ser atentamente escuchados. ¿Quién no siente angustia y tristeza ante la primera lectura de hoy? ¿Quién, escuchando el sufrimiento de Jeremías, no se siente llamado a la compasión? ¿Quién no reconoce en esa profecía el momento terrible y definitivo del Huerto de los Olivos?

En los Ejercicios Espirituales, la invitación a dolerse con la Pasión de Cristo, a dolerse ante la propia condición pecadora, no por un sadismo innecesario, sino para hacerse consciente de lo que realmente ha ocurrido por mi: mi salvación, para entender que todo esto se realiza no solo por y para ese sujeto colectivo que es la humanidad, sino por y para ese sujeto individual que soy, que tantas veces me he visto abandonado, que tantas veces he pensado que no importaba a nadie, que tantas veces he dudado de mi mismo… el don de lágrimas del que habla S. Ignacio como respuesta a este caer en la cuenta se convierte en una de las mayores consolaciones que se nos pueden regalar y nos lleva a un nivel más profundo de comprensión de nosotros mismo y de nuestra condición de creyentes.

Tristeza y lágrimas, son palabras que hoy no nos gustan. Tampoco nos gusta la violencia, el sacrificio, el sufrimiento… solo nos gusta el confort y la comodidad. Pero la experiencia cristiana no es confortable, por eso no debemos tener miedo a estos sentimientos y emociones, que en su justa medida nos ayudan a comprender mejor el mensaje del Resucitado.

El Evangelio de Juan que hoy se nos propone va en la misma linea, una escena de máxima tensión, anticipo de la pasión, los judíos cogen piedras para acabar con Jesús… A caso es posible leer con indiferencia esta escena, escuchar, como el que oye de fondo, sin emocionarse, el diálogo entre Jesús y los judíos… Es posible no reconocer a tantos justos perseguidos hoy en las palabras de Jesús… ¿De verdad es posible no emocionarse?.

Le pedimos al Señor, que nos conceda abundantemente el don de las lágrimas en esta Semana Santa, que nos permita valorar en la Verdad su sufrimiento, que nuestra vida cómoda no embote nuestros sentidos, que sepamos encontrar en María, en su imagen plagada de lágrimas el ejemplo y el consuelo, que no pensemos que el misterio de la Resurrección convierte en aparente o en irrelevante el camino para llegar a ella, porque todos tenemos que subir al Monte Calvario para alcanzar la gloria del Domingo de Resurrección.