Nos gusta complicar las cosas. Hay gente que es capaz de hacer auténticos tratados de teología con películas de ciencia ficción. Me acuerdo de una película que se llamaba Matrix. La de teorías que se hicieron con la misma: que si el misterio de la Trinidad, que si la Encarnación, que si el pecado original … a veces nos gusta ir de eruditos por la vida. Una vez me enseñaron un principio de interpretación bíblica que me gustó: la interpretación más sencilla es la más acertada.

El texto evangélico nos trae la llamada pesca milagrosa. Después de una noche entera sin pescar nada, los discípulos echan las redes por mandato del Señor resucitado y sacan … 153 peces. Ni 152, ni 154, exactamente 153. He leído todo tipo de interpretaciones del enigmático número, 153. Que si suma nueve que es tres por tres, que si les aplicamos a las cifras las correspondientes letras del alfabeto hebreo sale no se qué, que si sumamos no se cuanto y lo dividimos por vaya usted a saber, que el autor quiso dar aquí un mensaje…

¿Y no será que fueron exctamente 153?, ¿que los discípulos los contaron y les salieron justo 153?, ¿que como nunca habían pescado tanto de una sola vez se acordaban perfectamente? Eran pescadores y tenían que vender el pescado, habría que contarlo primero para saber cuánto iban a ganar. Pues lo más sencillo es lo más claro.

La Resurrección es un acontecimiento histórico que tiene lugar en un mundo real, con gente real, que ve cosas reales, que vive normalmente y que hace cosas normales y que cuando lo cuenta, cuenta lo que vieron y oyeron a gente normal que hace cosas normales, que vive en un mundo real y que entiende las cosas como son. El evangelista seguramente no escribió pensando en que sólo algún sabio de Oxford después de mucho estudio sería capaz de entenderle.

Acerquémonos a las escrituras con sencillez. Allí se nos proponen cosas increíbles pero no complicadas. Nuestra vida también puede ser increíble, pero no la hagamos complicada.