No hace mucho el Papa Francisco añadió a las causas de canonización el ofrecimiento de la vida, sin duda, leyendo la biografía de San Luis Gonzaga, patrono de la juventud, uno puede entender a la perfección lo que es la entrega de la vida, que si bien no fue su causa de canonización (no existía en el S. XVI) podría perfectamente habérsele aplicado.

Ciertamente la vida de San Luis Gonzaga es algo novelesca, rodeada de grandes hombres, recibió su primera comunión de manos de San Carlos Borromeo, su director espiritual era San Roberto Belarmino, educado en la corte, heredero del marquesado de Castiglione, murió atendiendo a los enfermos a los que intentaba consolar en uno de los múltiples brotes de peste que asoló la Ciudad Eterna entre 1560- 1593, concretamente en el de 1591, con apenas 23 años,

Recordar a San Luis tras escuchar las palabras del evangelio de hoy, en el que se habla de la puerta estrecha, me ha puesto, he de reconocerlo, contra las cuerdas, sino contra la lona. Porque con treinta y todos, y después de 2 años largos de pandemia, no sé si pasaría el casting de la vivencia de la caridad en grado heroico, seguramente no.

Tal vez, no sea el heroísmo mi mejor opción para la santidad,  yo soy más del ascensor como decía Santa Teresita, consciente de mi pequeñez, solo me cabe esperar que el Señor me lleve en sus manos al cielo. Sin embargo, no puedo por menos que ilusionarme y, porque no, soñarme, como aquel gran muchacho que entregó su vida en el servicio, y encomendarme a su intercesión: San Luis Gonzaga, ruega por nosotros.