Hoy la Iglesia celebra el Inmaculado Corazón de María, y yo, sin querer, al sentarme a escribir estas líneas he recordado como tantas veces he rezado ese ofrecimiento de mi alma, de mi vida y de mi corazón a la Reina de lo cielos, y he recordado con agradecimiento a las carmelitas de la caridad, que me enseñaron a rezarle a la Virgen, con bastante éxito porque, aún hoy, después de tanto años, sigo desgranando las mimas letras.

Sin embargo, cómo explicar hoy la pureza del corazón de María… hoy que casi nada nos parece pecado, y que nos hemos acostumbrado a que casi todo vale, ¿cómo explicar la pureza?. Entonces ha salido en mi ayuda el texto del libro de las Lamentaciones que nos ofrece hoy la liturgia como primera lectura. Un corazón en pecado, impuro es como ese reino completamente desolado del que habla el texto, un corazón alejado de Dios es el campo de batalla yermo al que el libro llama a lamentarse. «Levántate y grita» dice el texto, un corazón impuro, alejado de Dios, sin duda da miedo.

El corazón de María no es así, como no lo era el corazón de Jesús, del que hablamos ayer. El corazón de María es un vergel, es un hogar, es el lugar de nuestro reposo. Un corazón que es capaz de guardar y meditar los secretos del amor de Dios, un corazón en el que se guardan las palabras, las lágrimas, los suspiros de los que confiados se postran a sus pies.

Y pedirte Señor, un corazón como el de María, podría parecer osado, pero es ciertamente necesario. Necesitamos un corazón puro, que no se enloquezca ante los propios deseo y necesidades, que sepa guardar las preciosas palabras que Dios no dirige, que nos ayude a contemplar esa realidad luminosa, en donde resplandecen los planes de Dios. Un corazón humilde que ocupa el primer lugar sin que nadie se dé cuenta, sin aspavientos. Un corazón luminoso, capaz de irradiar la luz que solo Dios puede dar. Un corazón como el de María, para poder llegar a ti Señor.