Pedro, roca; Pablo, espada.

Pedro, la red en las manos;

Pablo, tajante palabra.

 

Pedro, llaves; Pablo, andanzas.

Y un trotar por los caminos

con cansancio en las pisadas.

 

Cristo tras los dos andaba:

a uno lo tumbó en Damasco,

y al otro lo hirió con lágrimas.

 

Roma se vistió de gracia:

crucificada la roca,

y la espada muerta a espada.

 

Así reza el Himno de la Liturgia de las Horas. Tan distintos, pero con algo que les unía mucho más que la carne, la sangre, la forma de ser o sus gustos y querencias. “Cristo tras los dos andaba”. Y los dos, de una u otra forma, le dijeron que sí.

Hoy es día de rezar por el Papa y por los sucesores de los Apóstoles. No nos dejemos influenciar por los criterios del mundo. No me interesa si el Papa te cae bien o mal, si tu crees que debería decir o hacer esto o lo otro. Incluso a veces te preguntan si estás con el papa este o con el otro. Eso es intrascendente. Lo importante, lo únicamente importante, es que el Papa y los Obispos estén con Cristo, unidos a Cristo, enamorados de Cristo y dispuestos a dar su vida por Cristo y por su Iglesia, no si le gusta usar zapatos nuevos o zapatos viejos.

Jesús le respondió:

«¡Dichoso tú, Simón, hijo de Jonás!, porque eso no te lo ha revelado nadie de carne y hueso, sino mi Padre que está en el cielo.

Ahora te digo yo:

Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y el poder del infierno no la derrotará.

No conozco los caminos de Dios, ignoro cómo se escribe la historia…, pero sí sé que el final de esta historia ya está escrito: Cristo triunfa sobre el pecado y la muerte. La Iglesia será la bella esposa de Jesucristo que se adorna con las joyas de sus hijos fieles. ¿El camino para llegar allí? Lo desconozco. ¿Lo pueden truncar los hombres o las hordas infernales? No.

Por eso no podemos mirar al Papa o a los Obispos como figuras políticas o dignatarios humanos, tampoco ellos se deben mirar así. Por eso nuestra oración es que puedan, cada uno, decir al final de su vida: “He combatido el noble combate, he acabado la carrera, he conservado la fe.” Y libres de toda cadena de las presiones del mundo, como Pedro saliendo de la cárcel, se proclame plenamente el mensaje y lo oigan todas las naciones.

“¡Ya! -me dirás-, ¡Pero la realidad…!”

La única realidad que vale la pena, para ti, para mí, para un Obispo o para el Papa que sea es la palabra que Cristo pronuncie sobre nuestra vida: “Venid aquí, benditos de mi Padre” o “Apartaos de mí”. Lo demás sobra. Ojalá actuemos en consecuencia.

María, Madre de la Iglesia, protege al Papa y a todos los Obispos y a toda la Iglesia para que aguardemos con amor la venida de tu Hijo.