Ayer, no se muy bien cómo, mi app de liturgia, en vez de abrirse con las lecturas del dia, lo hizo con las lecturas de un miércoles de Cuaresma. En cualquier caso el Evangelio es el Evangelio y ahí queda el comentario. Pido perdón por el error del cual me dí cuenta en la celebración de la Eucaristía. Por cierto, pensé: «se han equivocado de lecturas». Típico. Luego me dí cuenta de que el equivocado, como siempre, era yo, no el resto del mundo.

El Evangelio de hoy, estoy casi seguro de que es el de hoy, nos deja una frase lapidaria: «Gratis habéis recibido, dad gratis».

Nos cuesta creer que haya cosas completamente gratis. Cuando vemos un anuncio de algo gratis siempre pensamos, «por algún otro lado te lo estarán cobrando». En internet, cuando te ofrecen alguna descarga gratis, siempre te piden tus datos, de hecho se dice que si te dan algo gratis el precio eres tú.

He tenido cuatro coches en mi vida, el único que he pagado yo ha sido el último, más bien lo estoy pagando. Los otros tres los pagó mi padre y de hecho el cuarto lo estoy pagando yo pero con el dinero que he heredado de mi padre. Con el primer coche mi padre me dijo: «si apruebas todo te compro un coche». No aprobé (todo) y sin embargo mi padre me compró el coche. Aquel coche fue gratis, pero no barato. A mi padre le costó. Cuesta aceptar que nunca has hecho nada para merecer lo que tienes, por que no es solo el coche, si lo miras bien.

En la primera lectura se describe el Amor de Dios con una ternura tal que es difícil de encajar, sobretodo cuando sabemos que la historia es la de un esposo traicionado por una mujer infiel que no solo adultera, sino que se prostituye. Pero su marido no deja de amarla como si fuese la niña más pura.

La Salvación es gratis, pero no es barata: a Dios le ha costado…todo, para que a mí no me cueste nada. La Salvación se ofrece gratis, pero no es barata. El Reino de Dios no es ganga.