Hace unos años descubrí un poema de Rilke que me gustó mucho, hasta el punto de guardármelo muy dentro. Hay textos que se leen y se pasa de puntillas sobre ellos y otros que no, que no pueden marcharse. Pues anteayer alguien me pasó por Internet ese mismo poema, no sé con qué pretexto, y resulta que tiene que ver con el Evangelio de hoy. El Señor no tiró de parábolas para confundir a la gente, vamos a ver, como si la vida fuera el juego de saber quién es el asesino y se nos dan una serie de pistas que, más que ayudarnos, nos complican. Al Maestro no le apetece liarnos, ni se le ocurre usar el camino más largo para hablarnos de Él, sino el más profundo, que es diferente. La parábola obliga a mirar otra vez, a leer más despacio, a hacer más silencio, a no tomarse la vida como viene, a buscar, a cerrar los ojos.

El Señor siempre dice al oído “detrás de lo que ocurre estoy yo, detrás de la belleza, de las conversaciones entre amigos, detrás de la risa estoy yo, detrás de la verdad, detrás de aquella vez que te callaste para no herir, detrás de la ola que rompe mansa en la orilla, detrás del baile, detrás del enfermo alcanzado por tu palabra, detrás de tus quince años de matrimonio, a veces tan inconscientes y ligeros, detrás de tu valentía de madre, detrás de tus noches sin dormir. Pero necesito de ti una intuición inextinguible, un talento que no se te vaya nunca: no mires la realidad como si el sol fuera sólo el sol y la mano, mano. Todo apunta a mí, todo, todo, sólo la mentira no tiene que ver conmigo. ¿Ves el jardín?, ahí tienes el algarrobo y la flor del cardo en primer plano, pero hay mucho más, ¿lo ves?, detrás está mi delicadeza y mi entusiasmo por una armonía que debes descubrir para tu vida. En el corazón de la parábola de la vida estoy yo, esperándote. Léeme despacio. Si vas a distraerte no podrás verme, si te detienes, si guardas mis palabras, si miras otra vez, si conservas los restos de una conversación que te hizo pensar, si un día de repente te vuelves loco por amar sin pensar en nada más que en hacer feliz a alguien, si comienzas a no discriminar a los demás, entonces vas bien, empezarás a notar mi calor”.

Y por eso quería añadir estos versos de Rilke. Temo mucho la palabra de los hombres, lo dicen todo tan claro: esto significa perro y aquello casa, y aquí está el principio y allá el final. Siempre quiero advertirles y oponérmeles : alejaos, me gustaría oír el canto de las cosas. Vosotros las tocáis y quedan mudas e inmóviles. Vosotros me las asesináis. Por eso las verdaderas experiencias le dejan a uno mudo. Las palabras reproducen cuánto se vivió, pero ocultan lo que estaba escondido y nos dejó heridos, y ahí estaba Dios, en el canto de las cosas.

Me gusta mucho el Papa Francisco, de los Papas de los últimos cien años es el que con creces más ha hablado con claridad del Diablo. Pero no para meternos miedo, sino para saber identificar quién es el enemigo, porque ningún hombre lo es. Cada ser humano está tocado por ese aliento divino del que nos da cuenta el Génesis, aquel soplo de Dios en la nariz, así de elocuente es el autor sagrado. Cada ser humano es una pequeña parábola de Dios, un camino ancho para darnos de bruces con Él.