“El reino de los cielos se parece a un tesoro escondido en el campo: el que lo encuentra lo vuelve a esconder y, lleno de alegría, va a vender todo lo que tiene y compra el campo”. Sólo cuando reconozco que el valor del tesoro escondido es superior al valor de cuanto tengo, seré capaz de “arriesgarme” a realizar la inversión de vender mis posesiones para comprar el campo y hacer mío el tesoro. Esto parece una obviedad. Sin embargo, cuando se trata del Reino de los Cielos nos hace dudar la rentabilidad del “negocio”. Sólo se me ocurre una razón para esto: no estamos muy seguros de cuanto vale ese “tesoro escondido” y menos aún que sea sensato arriesgar a vender cuanto tengo. Este es, en el fondo, el drama de muchos creyentes hoy. Nos falta la certeza de la fe y no somos capaces de reconocer el valor real del “tesoro escondido”. No nos damos cuenta del significado del regalo de Dios, que se nos entrega. Debemos pedir a Jesús, como aquel padre: creo, Señor, pero ayuda mi incredulidad (cf. Mc 9, 25).

No se trata de dar mucho o poco, sino de “vender todo lo que tengo”. En primer lugar, mi libertad. El camino para crecer en cada día en libertad es, paradójicamente, entregarla a Dios. Conocer la Verdad, que es Cristo (cf. Jn 14,6), nos hará libres (cf. Jn 8,32). Poner cuanto esté en nuestra mano para hacer de Cristo el criterio de nuestras decisiones, el centro de nuestros afectos, la causa de nuestra alegría. También entregar mi tiempo, mis proyectos, mis ilusiones, mis esperanzas. Esto es “vender todo lo que tengo”, pero no lo olvidemos, ¡para comprar el campo donde está el tesoro de valor incalculable: participar de la Vida de Dios, ser introducidos en la familia de Dios (cf. Ef 2, 19). El verdadero tesoro, donde encontraré la verdadera felicidad, la esperanza que no defrauda (cf. Rm 5, 5) no está en reservarme lo poco o mucho que tenga, sino en la entrega de uno mismo. “El Reino de Dios no tiene precio, y sin embargo cuesta exactamente lo que tengas (…). A Pedro y a Andrés les costó el abandono de una barca y de unas redes; a la viuda le costó dos moneditas de plata…” (San Gregorio Magno, Hom. 5 sobre los Evangelios).

Hoy se nos presentan muchos aparentes tesoros, que prometen una alegría y gozo grande, si le entregas lo que tienes. El mundo de la sensualidad, del éxito humano ¡Cuántas vidas “venden todo” para ganar ese “tesoro” que únicamente deja tristeza, soledad, vacío interior! “Queridos jóvenes, muchos falsos maestros indican sendas peligrosas que llevan a alegrías y satisfacciones efímeras. Hoy, en muchas manifestaciones de la cultura dominante se registra gran indiferencia y superficialidad. Vosotros, queridos jóvenes, imitando a san Francisco y a santa Clara, no dilapidéis vuestros sueños. ¡Soñad, pero en libertad! ¡Proyectad, pero en la verdad! También a vosotros el Señor os pregunta: “¿A quién queréis seguir?” Responded, como el apóstol san Pedro: «Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna» (Jn 6, 68). Sólo Dios es el horizonte infinito de vuestra existencia. Cuanto más lo conozcáis, tanto más descubriréis que sólo él es amor y manantial inagotable de alegría” (San Juan Pablo II, II Encuentro Internacional “jóvenes hacia Asís” 18-VIII-2001-.

Pidamos a la Santísima Virgen que nos descubra el valor infinito del tesoro que se nos ha descubierto y así disponernos a vender con alegría cuanto tenemos” con tal de alcanzar ese tesoro: su Hijo Jesucristo.