La primera lectura de hoy nos relata la muerte del profeta Jeremías por ser fiel al mandato de Dios. Se sabe en las manos de Dios y no se deja ganar por el temor a morir. El Evangelio también propone a nuestra consideración la muerte de otro profeta ¡el último!, San Juan Bautista, por denunciar al rey su conducta contraria a la Ley de Dios. Hemos de entrar en una consideración muy seria de lo que supone ser fieles a Dios hasta sus últimas consecuencias y superar los miedos. En nuestro tiempo no es menos necesario este testimonio. Quizá de otra manera. Hoy no nos cortarán la cabeza, pero pueden “cortarnos” nuestra carrera, nuestra fama, pueden hacernos sentir solos y aislados como gente rara, personas con cierta “debilidad mental” por creer, por tratar de vivir de manera coherente su fe.

En Papa Benedicto XVI no dejó una invitación a superar los miedos, en un texto que no llegó a leer por la tormenta de agua y aire que se vivió en Cuatro Vientos (Madrid) en la Jornada Mundial de la Juventud de 2011, quizás el enemigo no quería dejar oír la voz del Papa, pero nos dejó escrito: “no tengáis miedo al mundo, ni al futuro, ni a vuestra debilidad. El Señor os ha otorgado vivir en este momento de la historia, para que gracias a vuestra fe siga resonando su nombre toda la tierra (Benedicto XVI, Vigila Cuatro Vientos, JMJ Madrid 2011). Estos tiempos son apasionantes, reclaman de cada uno determinación, audacia, amor a la verdad, al hombre y a su verdadero bien. Sin nuestro testimonio valiente y coherente de nuestra fe, con la palabra y con la vida, el mundo quedaría a oscuras y, en el fondo, sin ninguna esperanza. Si el hombre sólo puede esperar en sus propias fuerzas, en sus propios criterios sobre “cómo vivir humanamente”, nuestras vidas se verían abocadas rápidamente a una vida sin esperanza. La verdadera, la gran esperanza del hombre que resiste a pesar de todas las desilusiones, sólo puede ser Dios, el Dios que nos ha amado y que nos sigue amando hasta el extremo (cf. Jn 13,1; 19,30). Quien ha sido tocado por el amor empieza a intuir lo que sería verdaderamente la vida que anhela el corazón de todo hombre y que está siempre fuera de nuestro alcance, que sólo nos puede ser regalada. Sólo la gran esperanza-certeza de que, a pesar de todas las frustraciones, mi vida personal y la historia en su conjunto están custodiadas por el poder indestructible del Amor y que, gracias al cual, tienen para él sentido e importancia, sólo una esperanza así puede ser motor de humanidad (cf. Benedicto XVI, Encíclica Spes salvi 27. 36).

Hemos de estar preparados para ser atacados por amor a la verdad, por amor a Cristo. Hoy defender la dignidad de toda vida humana, particularmente la más necesitada de ser cuidada y protegida; defender la dignidad del sacramento del matrimonio; defender que la sexualidad humana tiene una naturaleza y, por tanto, un sentido, que uno no puede determinar lo que le parezca, que hay modos de vivir la sexualidad impropios del hombre por no respetar lo que la persona es; defender que el error y la mentira no tiene derechos (la libertad de expresión tiene límites claros en la verdad y la justicia). Esto entre otras muchas verdades. Quien esté dispuesto a defenderlas, debe prepararse a ser perseguido. Recordaba el Cardenal de Manila, Luis Antonio Tagle: “si amáis a Cristo, muchas personas os odiarán (…) Siguiendo a Cristo, tendréis que llevar muchas cruces; seguir al dios falso elimina la cruz y promete un camino falso”.

María, madre de los creyentes, tú que has participado de un modo tan singular en la muerte de tu Hijo, infúndenos la certeza, la fe, el valor, y sobre todo el amor, para dar la vida Él.