El constante movimiento pendular de la historia humana alterna grandeza y villanía, luz y tinieblas, unidad y división, paz y guerra. Los tambores que actualmente suenan se acercan más bien a los aspectos tétricos. Después de lo aprendido en la cruz de las grandes guerras del siglo pasado, vivimos varias décadas de bonanza que llegan a su fin por un hastío moral y un abandono espiritual que conduce a la humanidad a un callejón sin salida. La cultura de la muerte en que vivimos inmersos lleva adelante un embarazo que pronto podría llegar a su tétrico parto. ¡No será por profetas que lo hayan advertido!

No es la primera vez que vivimos esta situación. Ha pasado miles de veces. Y seguirá sucediendo mientras haya seres humanos hoyando esta bendita tierra.

Junto a esta lectura, ciertamente poco alentadora, encontramos en la Escritura otra lectura que, si bien no extirpa lo dramático de una situación semejante, arroja siempre una luz propia de quien mira con los ojos de Dios. La profecía de Jeremías denuncia un castigo justificado por la idolatría de Israel, pero anuncia también su fin. No olvidemos que la historia de la salvación no se realiza en mundos ideales, sino que atraviesa la ponzoñosa vereda de la vida humana tal y como está sucediendo. El Señor no ama en nosotros una vida ideal: salva nuestra vida real, que muchas veces nosotros mismos desconocemos, por ignorancia, por ceguera, por orgullo, por superficialidad, por un sinfín de pecados.

Por esta razón, la historia de la salvación no es cíclica y pendular, como es la de los tentetiesos humanos. Es lineal: tiene un comienzo y tiene un fin. Y a lo largo de todo el desarrollo de esa historia salvífica, que se desarrolla dentro de la historia humana, junto a la villanía, la tiniebla, la división y la guerra, aparece de modo continuo una estela de santidad. En todas las épocas y momentos, hasta en las imposiciones más oscuras de ideologías exterminadoras, hemos conocido la luz de los santos, la belleza de la vida divina que llena de fresca libertad la cárcel de la oscuridad.

«¡Ánimo, soy yo, no tengáis miedo!» Meditemos hoy estas firmes y rotundas palabra mientras vivimos el actual temporal.