Lunes 29-8-2022, Martirio de san Juan Bautista (Mc 6,17-29):
«Herodes había mandado prender a Juan y lo había metido en la cárcel encadenado». De san Juan Bautista es el único santo del que celebramos dos fiestas a lo largo del año: su nacimiento y su martirio –su nacimiento para el cielo–. Juan, el último y más grande de los profetas, es también el primero de los mártires. El Bautista es el primer testigo que dio su vida y su sangre por Cristo. ¿Por qué murió Juan? Indudablemente, por confesar la verdad. Pero, ¿ante quién tuvo que confesar esta verdad? Ante un rey lujurioso, borracho y corrupto. Siempre los poderes de este mundo, el imperio del poder, del placer y del tener, han intentado acallar a los profetas de Dios. En un mundo dominado por el desenfreno obsceno y egoísta, por el consumismo escandaloso y desmedido, por la desesperada búsqueda de poder y dominio, las voces de Dios no tienen cabida. Ya lo experimentó en sus propias carnes el Bautista. Su palabra, su mensaje, su misma presencia incomodaba al mediocre y autoritario Herodes, que no sabía cómo quitárselo de encima. Y siempre se busca una idéntica solución: intentando encadenar la Palabra de Dios.
«Quiero que ahora mismo me des en una bandeja la cabeza de Juan el Bautista». Nos dice san Marcos que Herodes, a pesar de su desenfrenada vida, «respetaba a Juan» y «lo escuchaba con gusto», quedando muchas veces desconcertado. Herodes, en el fondo de su corazón, apreciaba al Bautista y sabía que decía la verdad. Sin embargo, su impureza y su vanidad le jugaron una mala pasada. Sin ningún tipo de recato, el lujurioso y obsceno rey tuvo que plegarse a los caprichos de aquella joven, hija de la adúltera Herodías. El demonio siempre conspira deprisa en la sombra. Al final, el propio Herodes se encuentra encadenado por las redes de una bailarina deshonesta y unos convidados tan corruptos como él. Hasta ese punto es capaz de atraparle su lujuria y sus ansias de quedar bien. El pecado siempre nos conduce adonde no queremos, obligándonos a cometer los peores actos llevados por los más bajos instintos. Promete libertad, pero paga con esclavitud. Promete felicidad, pero engendra tristeza. Promete vida, pero trae muerte. Probablemente, la mañana del banquete el rey no podría ni imaginar que acabaría asesinando a Juan. Pero, como se suele decir, “una cosa llevó a la otra”. Se expuso al peligro, y sucumbió en él. Gran lección, ¿no?
«Fue y lo decapitó en la cárcel». Parece que Herodes ha vencido. Los poderes de este mundo, el poder, el placer y el tener, parece que siempre tienen la última palabra en la historia. La voz de Dios se ha acallado para siempre… ¿o no? Pocos años después de esta escandalosa escena, Herodes y Herodías cayeron en desgracia ante el emperador Calígula, traicionados por su sobrino Agripa, y fueron deportados a las Galias, donde el rey murió en un corto tiempo. Su fama duró lo que su licenciosa vida. Sin embargo, la palabra de Juan, que es la palabra de Jesús, ha seguido resonando en los confines de la tierra desde hace 2.000 años hasta hoy. Juan dio su vida en testimonio del Mesías, y el Mesías triunfó en la mañana de la Resurrección sobre todas las fuerzas del mal, el pecado y la muerte. El mal nunca tiene la última palabra. Juan apostó por el caballo ganador, contra todas las apariencias, y ganó la corona eterna.
Querido hermano:
«El salario del pecado es la muerte —decía Pablo—, mientras que Dios nos ofrece como don, la vida eterna por medio de Cristo Jesús nuestro Señor». ¡Qué terrible que Herodes no se abrió a la verdad que hubiera transformado su vida!
Cuando la hija de Herodías le pidió la cabeza del Bautista, Herodes fue un cobarde. El rey se entristeció mucho pero, a causa del juramento y de los comensales, no quiso desairarla. Cuántas situaciones sociales en las que no queremos fallar a la opinión de los demás, a lo políticamente correcto, y por esa cobardía somos capaces de dilapidar nuestros principios.
Pero no podemos olvidar, como decía Machado, que: «La verdad es lo que es y sigue siendo verdad, aunque se piense al revés». Podemos decir que el que perdió la cabeza no fue Juan Bautista, el que la perdió realmente fue Herodes, que renunció y traicionó a la verdad.
No pierdas la cabeza ni la dignidad por parecer simpático o políticamente correcto. No tengas miedo de creer en Dios y vivir la fe con valentía y compromiso. Sé valiente a la hora de creer y vivir, aunque tengas que caminar contra corriente.
Algunos mártires sí han perdido la cabeza, con honor y alegría, al sufrir por Cristo. Pero negar a Dios y despreciar su amor es lo que nos conduce a perder la razón. No negocies con la verdad, no te diluyas con aquellos que olvidan y niegan la transcendencia, viviendo de cualquier manera.
Pues lo caduco tiene fin, pero tú y yo estamos llamados a la eternidad y a encontrarnos cara a cara con Dios, nuestro Creador y Redentor. Convéncete de que el ridículo no existe para quien hace lo mejor, aunque le cueste la vida.
Sé valiente y busca la verdad, la bondad y la belleza. Reza cada día el Santo Rosario, con la Virgen María. Recuerda quien a Dios tiene nada le falta. Solo Dios Basta. Tu hermano en la fe: José Manuel.
Hagamos Oración por nuestro hermanos Nicaragüenses, que como en otras muchas partes del mundo, son masacrados, solo por Amarte. Tu que eres todo Misericordia y Amor. No nos dejes de Tu Mano Señor,
Nuestras oraciones por hermanos nicaragüenses y por el Sínodo alemán Dios no ama