Yo pensaba que el mejor cuentista de todos los tiempos, con mis respetos a Chéjov, era Julio Cortázar, pero me encuentro con las parábolas del Señor y no se quedan atrás en cuanto a composición e intriga, lo digo en serio. Un análisis algo breve y superficial, me llevaría a ver en todas ellas a personajes chungos y siniestros, aunque detrás siempre aparece la luz. Jesús atrapa al oyente por el contraste que brota en los encuentros de los protagonistas.

Me sale hablar literariamente de las parábolas del Señor porque hoy sabremos quién será el Nobel de Literatura de este año, un momento de expectación y dulce tensión para el entusiasta de los libros. Me deja perplejo que haya gente que crea que la literatura es asunto de hobby, ¿en serio?, un hobby es la petanca y lo son los dardos, pero la literatura es una experiencia espiritual que nos aproxima a esa primera palabra que es el Verbo divino. Somos criaturas de la palabra, en el principio existía la Palabra, dice Juan en el prólogo a su Evangelio. Los cristianos no somos hijos del silencio, el silencio es sólo el instrumento que nos lleva a escuchar la Palabra De Dios. Como cuando leemos un buen libro y guardamos un silencio profundo para dejar respirar el texto en nosotros.

Susan Sontag definió magníficamente la experiencia de la lectura: la literatura es una de las maneras fundamentales de nutrir la conciencia, desempeña una función extraordinaria en la creación de la vida interior, y en el ahondamiento de nuestra sensibilidad hacia otros seres humanos. Por eso un cristiano está atento a los mejores libros, porque tiene hambre de nutrir su conciencia, ampliar su vida interior y ganar en sensibilidad hacia su prójimo.

Vuelvo a las parábolas del Maestro. La de hoy también va de tipos chungos. Habla de la relación conflictiva entre un par de amigos. En vez de la recepción abierta que esperaba el recién llegado, se encuentra con una respuesta ceñuda. Vamos, que le dice déjame en paz, que aquí todos estamos dormidos. Hay una tensión en el texto propiciada por una amistad que no se percibe, así operan los maestros de la literatura. Qué libertad tiene el Señor para poner protagonistas a sus historias, me entusiasma. Otras veces serán ladrones, otras administradores injustos, otras un joven que quiere atiborrarse de placer. Es como si no le hiciera ningún daño hablar de los que se echan la ley a las espaldas.

En la historia de hoy parece que al hombre que llega le bastaría que su amigo tuviera compasión de él, no tanto por amistad sino porque si ya se ha levantado qué menos que darle de comer, ¿no? En las parábolas de Jesús siempre ocurre que a alguien le basta algo muy pequeño para desencadenar un torrente de cariño. Al padre del hijo pródigo le basta verlo de lejos. Al rey que tiene un siervo que le debía diez mil talentos, le basta que le pida la condonación de la deuda para que lo haga inmediatamente.

Lo poco le es suficiente. A Dios le importamos tanto, que algo insignificante le parece un lote maravilloso, como le sucede a los niños. Si estuviéramos más enamorados de Dios, haríamos menos cosas pero con un corazón más atento.