san Juan 14, 1-6
“Señor, no sabemos adónde vas, ¿cómo podemos saber el camino?” No será por las veces que el Señor les había anunciado su pasión y muerte por lo que Tomás no se había enterado. Pero parece que la realidad de la muerte nos gusta soslayarla y esconderla en el último cajón de nuestra mente.
Nos hacemos los “locos”, pensando que siempre tendremos un día más, una oportunidad más, alguna otra ocasión. Y, sin embargo, cada día palpamos la fragilidad del ser humano. La enfermedad, los accidentes, la violencia, la vejez … acechan detrás de cada esquina. Cuando alguien muere repentinamente se suele escuchar al que estuvo el día anterior con él que comenta: “No puede ser, si ayer cenamos juntos y parecía tan contento”. No nos asombra la existencia de la muerte, nos asusta que haya pasado tan cerca y expresamos nuestro alivio de seguir vivos. Tomás sabía hacia dónde iba el Señor, también nosotros sabemos que tendremos que acabar nuestra peregrinación por esta vida, pero no queremos darnos por enterados.
“Que no tiemble vuestro corazón; creed en Dios y creed también en mí”. (….) “Yo soy el camino, y la verdad, y la vida. Nadie va al Padre, sino por mí”. Esa es nuestra elección definitiva, la única que realmente importa. En esta elección no podemos abstenernos, ni declararnos insumisos. La muerte llegará, y más nos vale que nos encuentre “en vela”, enamorados de Cristo.
Realmente hay que amar esta vida, por eso la muerte nos turba: “Me han arrancado la paz, y ni me acuerdo de la dicha, pero hay algo que traigo a la memoria y me da esperanza: que la misericordia del Señor no termina y no se acaba su compasión; antes bien, se renuevan cada mañana: ¡qué grande es nuestra fidelidad!”. Desde la resurrección de Cristo podemos mirar a la muerte a la cara, sin miedo, sin angustia, sin desesperanza.
Por eso es un día grande el de todos los fieles difuntos. Toda la Iglesia Católica, Universal, se alza en oración por todos los que nos precedieron. Y sabemos que nuestra oración será escuchada. Aunque cada uno pidamos por sus propios difuntos, sabemos que esta es la oración más gratuita y universal … podría ser la “oración globalizada” por excelencia. A aquellos que les hace falta les llegarán nuestros sufragios, oraciones y sacrificios; a los que no les sea ya necesario, la Virgen los distribuirá generosamente entre aquellos que aún tienen que purificar su vida para unirse plenamente con Dios.
Hoy es el día en que la Virgen actúa más activamente como mediadora de todas las gracias, acercando a tantos y tantos de sus hijos a Dios nuestro Padre. Rezamos hoy, rezamos con fervor e intensidad. Ojalá el día de nuestra muerte haya muchos que también recen por nosotros.
Se sentará en el trono de su gloria y separará a unos de otros»
Considerar a Cristo como rey de reyes, señor de señores, se puede quedar corto; de nada sirve que Jesucristo sea rey si no reina en mi vida, si no le doy autoridad en todo lo que soy y hago.
El que Jesús reine en mi vida depende de mí, depende de ti; ¿le estás permitiendo reinar en tu vida?, ¿cuentas con él en las decisiones que tomas? Realmente, ¿es Él quien gobierna tu vida?
Nos dice Pablo en Romanos que: «De Él, por Él y para Él, son todas las cosas. A Él la gloria por siempre, amén». O en Apocalipsis: «Al que está sentado en el trono y al cordero, alabanza, honor y gloria, y poder por los siglos de los siglos, amén».
En España tenemos un rey que reina, pero no gobierna, firma los decretos que se aprueban en el Congreso de los Diputados. También nos puede ocurrir que proclamemos con nuestra boca a Cristo como rey pero, en la práctica, no sabemos qué hacer y cómo hacerlo.
Te invito, y me propongo, a que le demos la autoridad a Dios, pues no debemos tener duda que es a quien más le importamos, y que cumplir su voluntad, darle autoridad de rey y la oportunidad de que reine en nuestra vida, nos va a llevar a una plenitud y felicidad que nadie nos puede dar.
Pero, cuidado, porque el Evangelio nos dice de qué forma quiere reinar Jesucristo, ¿os lo imagináis? Pues sí. Jesús quiere reinar desde la revolución del amor, de la ternura, de la fraternidad con quienes padecen necesidad: dar de comer al hambriento, vestir al desnudo, visitar al enfermo, recibir al peregrino, acercarse al preso.
Lo curioso es que ante la pregunta de: «¿Cuándo te vimos hambriento, sediento, desnudo, preso, enfermo?». La respuesta de Jesús nos introduce en la realidad de la vida, cercana a cada uno. Si quieres que Jesucr
Podemos llegar a aceptar todo el dogma cristiano, podemos orar cada día dos horas, podemos ayunar, pero si no vivimos un amor comprometido, generoso, dispuesto y entregado, no le estamos permitiendo a Jesucristo reinar en nuestra vida.
Rezamos cada dia el Santo Rosario con la Virgen Maria Madre nuestra. Tu hermano en la fe: José Manuel.