Miércoles 16-11-2022, XXXIII del Tiempo Ordinario (Lc 19,11-28)
«Un hombre noble se marchó a un país lejano para conseguirse el título de rey, y volver después». Jesús salió resueltamente de Jericó y se encaminaba hacia Jerusalén, en las últimas jornadas de camino. Podemos imaginar la expectación y el nerviosismo creciente de los discípulos conforme se acercaban a la Ciudad santa. Por eso, cerca ya de Jerusalén, muchos «pensaban que el reino de Dios iba a despuntar de un momento a otro». Y así, el Señor les habla con una parábola sobre el misterio de su segunda venida al final de los tiempos. Él es aquel noble que se marchó a un país lejano para conseguir el título de rey. Él, Jesucristo, con su Resurrección, glorificación y ascensión a los cielos, se ha “marchado” para sentarse a la derecha del Padre y convertirse así en Rey del Universo. Él es Rey, ciertamente, pero aún no se ha manifestado del todo. Su Reino no es de este mundo, y el Señor todavía tiene que volver en gloria y majestad. Sólo entonces despuntará el Reino de Dios en toda su gloria y potencia. Sólo entonces se verá cuál es el designio definitivo de Dios para ti y para mí, para toda la humanidad, para la creación entera. Pero esto sucederá sólo entonces. Mientras tanto, el Reino de Dios se encuentra en germen, oculto y escondido, esperando a que Él vuelva.
«Les repartió diez minas de oro, diciéndoles: “Negociad mientras vuelvo”». Y, mientras el Señor no vuelva, ¿qué haremos nosotros? Podemos quedarnos sentados mirando al cielo esperando quietos a que Cristo venga glorioso; o quizás nos olvidemos de que va a volver y vivamos según aquello de “comamos y bebamos, que mañana moriremos”. Pero no es este el sentido de la parábola. El Rey se ha ido, pero volverá. Y, mientras tanto, nos ha dejado a nosotros como administradores de este mundo. Pero somos eso, administradores, sus empleados; porque el mundo no es nuestro, sino suyo. Él nos ha confiado a cada uno una onza de oro: tu familia, tu mujer, tu marido, tus hijos, tu trabajo, tus amigos, tu fe, tu parroquia… Son un regalo del Rey que Él ha puesto en tus manos. Una mina de oro equivaldría hoy aproximadamente a 25.000 €, así que no es poca monta. Mira la cantidad de bienes que Dios te ha dado para que los administres, cuides y aumentes a lo largo de tu vida. No podemos permanecer quietos viendo la vida pasar: «Negociad», trabajad, ese es el mandato de Jesús.
«Muy bien, eres un empleado cumplidor; como has sido fiel en una minucia, tendrás autoridad sobre diez ciudades». ¡El mundo está en nuestras manos! Pero no olvides que el Rey va a volver y pedirá cuentas de lo que nos ha dado. Porque, al fin y al cabo, todos esos bienes no son nuestros, sino suyos. Por eso, esta parábola nos debe llevar a estar atentos y vigilar, porque quizás estemos desperdiciando tantos talentos que Dios nos ha regalado. Quizás no estemos haciendo fructificar y crecer los dones de Dios. A lo mejor nos hemos olvidado de que somos meros administradores, de que tenemos que trabajar para Dios, no para nosotros mismos. Piensa en esos regalos de Dios: familia, trabajo, tu misma fe, tantas personas… ¿los tienes escondidos, guardados en un pañuelo, descuidados? ¿o estás haciendo todo lo posible para que cada día crezcan más y más? Porque el Rey se ha ido, pero volverá «para enterarse de lo que había ganado cada uno». Y ojalá escuchemos entonces de sus labios esa alabanza, al darnos la entrada en el Paraíso: «Muy bien, eres un empleado cumplidor».
Querido hermano:
¿Qué significa que «al que tiene se le dará»? Pienso que es el deseo de desarrollar la vida, esforzarnos por ir más allá de lo vulgar, de lo cotidiano; es aplicar diferencia a todo lo que hagamos.
«Esconder la onza en el pañuelo» es no querer distinguirse, no querer esforzarse; es ir tirando, pero sin marcar diferencia, sin influir en nada ni en nadie; es formar parte de la masa, del montón.
Si queremos aplicar una diferencia en nuestra vida, tenemos que vivir desde la generosidad, desde el riesgo de hacer cosas que otros no saben o no se atreven. Ser discípulo de Cristo no es cuestión de competencia, sino de generosidad.
Hay personas distinguidas en lo humano, pero sin ninguna distinción ante Dios; pues no están dispuestos a entregar, «sus cinco panes y dos peces». Espero que ya entiendas lo de: «Al que tiene se le dará, pero al que no tiene se le quitará hasta lo que tiene».
Los que racanean y van buscando lo fácil, lo cómodo, no son de fiar y no se les puede encomendar lo bueno, lo verdadero y lo bello. Dios no cuenta con ellos.
Pon diferencia en tu vida.
Reza cada dia el San to Rosario.
Tu hermano en la fe: José Manuel.