Hemos escuchado en este lunes el evangelio de la viuda. Aquel, en el cual, una pobre mujer es públicamente ensalzada por Jesús por su generosidad. Hasta aquí nada nuevo, seguramente, ya habíamos escuchado este relato, incluso nuestra imaginación nos ha podido pasar una mala pasada mientras leíamos, y casi sin darnos cuenta simplemente hemos oído lo que nos decían sin prestarle atención, muy ocupados en distraernos.

Sin embargo, el Evangelio debería resonar siempre novedoso en nuestro corazón porque siempre trae matices, luces para iluminar nuestra propia realidad cambiante. Podríamos detenernos en el significado de ser viuda en el mundo judío, lo absolutamente desamparadas que quedaban estas mujeres y como su donativo se convierte en algo heroico. ¿Se imaginan a alguno de los indigentes que habitan los rincones de nuestros parques, en nuestras ciudades echando la recaudación de la mañana en el sobre del DOMUND? Algo así debió ser.

También podíamos fijarnos en los ricos que lanzaban las monedas desde lo alto para que se oyese bien como estaban aportando al Templo, para que nadie tuviese dudas de su compromiso, ni de sus múltiples recursos. Tal vez esas flamantes Fundaciones de las grandes empresas o de los personajes mediáticos sean un parangón de estos ricos que en el Templo hacía publica su «generosidad».

Sin embargo, teniendo en cuenta que ayer mismo celebrábamos Cristo Rey y que en muchos lugares se celebra hoy la Niña María (la presentación de la Virgen) a mí me llamaba la atención la precisión con la que Jesús nos pone en la balanza. La viuda da todo, el rico lo que le sobra. Y. yo, ¿qué doy? a lo mejor me cuesta hasta dar las buenas tardes todo es posible. Sin embargo, yo creo que los cristianos hemos optado más por las medianías, es decir, que damos pero sin pasarnos, reservándonos la mejor parte, o por lo menos una parte cuantiosa que nos garantice cierto bienestar, cierto control. Claro no me refiero al dinero, me refiero al corazón, el único bien que verdaderamente nos pertenece y que Dios nos pide sin eufemismos, sin indirectas.

En la presentación de María, celebramos la entrega total de la vida de nuestra Madre, único espacio en el que realmente Jesucristo se convierte en nuestro Rey. Sin esa entrega total los cristianos vivimos sin entusiasmo, a medio gas, con el «pero» todo el día entre los labios.

Qué hermoso sería, cada mañana, levantarse entusiasmado, deseoso ponerlo todo en manos de Dios, aunque siguiésemos actuando como si todo dependiera de nosotros.