El otro día vino a confesarse un antiguo feligrés y amigo de una parroquia anterior. Es mayor, pero no tanto. Nada más entrar me dijo:

– “Para la confesión me he hecho una chuleta, D. Antonio”.

– “Pues apunta que no me llamo Antonio”, le contesté.

– “Es verdad, además no conozco a ningún D. Antonio. Se me ha ido la cabeza, que tonto estoy, perdone.

– “No pasa nada, venga a confesarse.”

Y después de una estupenda confesión y de ponernos un poco al día nos despedimos.

– “Hasta otra D. Antonio”

Qué le vamos a hacer, a veces se nos mete algo en la cabeza y no hay manera de que salga.

Al llegar a la casa se le acercaron los ciegos, y Jesús les dijo:

«¿Creéis que puedo hacerlo?»

Contestaron:

«Sí, Señor».

Entonces les tocó los ojos, diciendo:

«Que os suceda conforme a vuestra fe».

Creo que a veces llamamos a Dios Antonio. Se nos va un poquito la cabeza y se nos olvida, aunque sabemos bien que Dios no es Antonio. Pedimos, pero pedimos con cierta desconfianza, como si Dios en vez de darnos gratuitamente lo que pedimos se lo tuviéramos que compensar. “Si me toca la lotería haré esto” “Si sano haré esto otro” “Si encuentro trabajo te prometo que…”

Estamos en Adviento. El grupo de amigos “parusía ya” pide intensamente que sea ya la segunda venida de Cristo y se acaben tantas tonterías, tantos sufrimientos y este mundo tan loco que nos ha tocado vivir. Es un ejemplo claro de pedir mal. Si queremos que sea la segunda venida de Cristo es sólo y exclusivamente para la Gloria de Dios. Para nada más. Si viviésemos una época de bonanza económica, paz mundial, fraternidad universal y las margaritas floreciesen en los campos ¿Le diríamos a Jesucristo que no venga ahora? A ver si nos va a fastidiar nuestro futuro ecosostenible que tanto nos ha costado alcanzar.

De poco me valdría ser millonario o estar el más sano del mundo o conseguir el trabajo de mis sueños si pierdo mi alma. Cualquiera de esas cosas: riqueza o pobreza, salud o enfermedad, trabajo o paro si es para gloria de Dios benditos sean. Nos cuesta entenderlo, pero llegará un día en que “los insensatos encontrarán la inteligencia y los que murmuraban aprenderán la enseñanza”. De poco les valdría a los ciegos ver con los ojos si dejan de ver a Dios al que vislumbraron cuando eran ciegos.

«¿Creéis que puedo hacerlo?» Por supuesto que puedes Señor, si es para Gloria de Dios puedes hacer lo que quieras, desde encarnarte en las entrañas de una mujer hasta entregarte en la Cruz por nuestros pecados.

Esto no significa resignación, sino purificación y darnos cuenta que Dios es Dios, no Antonio el tendero.

La Virgen lo entiende plenamente: “Hágase en mi según tu Palabra”. Señor, aumenta y purifica mi fe.