¿Alguna vez has tratado de hablar con una estatua? Yo la verdad es que no, pero a veces si que hablo con mi perro y yo creo que de pequeño hablaba con mi osito de peluche. Ni el uno ni el otro parecen estar diseñados para escucharme. Uno de ellos al menos oye sonidos, pero no escucha.

«Predíqueme padre, que por un oído me entra y por otro me sale» (traducción a lenguaje actual de «hemos tocado la flauta y no habéis bailado, hemos cantado lamentaciones, y no habéis llorado») Da lo mismo lo que haga o diga Dios que yo tengo mi propia precomprensión de las cosas, no me afecta. Tengo los oídos de piedra. Quizá por eso el primer mandato fue «Shemá Israel» (traducido al lenguaje actual «escucha, como sea que te llames»). «Si hubieras atendido a mis mandatos…» («Si me hubieras escuchado…»)

¿Tan difícil es escuchar? LA PALABRA SE HIZO CARNE, y yo ¿qué soy?. Dios ha eliminado la mayor de las barreras: que  no soy dios. Estamos hechos para escuchar a Dios. No sé en que momento de la evolución el cuerpo humano se adaptó para poder oír los sonidos e interpretarlos, pero sí sé en que momento de la Historia Dios se adaptó al hombre para que podamos escucharle. Es lo que celebraremos en la Navidad. Dios se hace hombre para que tú le escuches en tu propio idioma.

Se entiende bien la frustración de Jesús: «Por que vino Juan, que ni comía ni bebía, y dicen: “Tiene un demonio”. Vino el Hijo del hombre, que come y bebe, y dicen: “Ahí tenéis a un comilón y borracho, amigo de publicanos y pecadores”.

«Pero la sabiduría se acredita por sus obras» («ya te lo dije…», traducido al lenguaje actual)

¿No has visto nunca esos debates en los que todos hablan pero nadie escucha? La oración no es tanto para que yo hable como para que escuche.