Últimamente los libros a los que me acerco son libros sobre el dolor, sobre el dolor que padecen quienes escriben. Es curioso que ahora nos movamos entre dos extremos de publicaciones, los libros de autoayuda, que exploran nuestras posibilidades de auto regeneración, y esa verdad verdadera de vivir una vida truncada. Estos ultimo son libros de memorias, de relatos de padecimientos, breves análisis de las miasmas del alma, exploraciones sobre patologías, pequeños sufrimientos que nacen y se quedan en el cerebro. Es una corriente que se ha prodigado mucho en los últimos años. Acabo de terminar la historia de una chica que quiere vivir a base de los efectos secundarios de las pastillas, que la obliguen a vivir dormida, “a hibernar, quedar a salvo de las miserias de la conciencia despierta”. Una escritora francesa escribe sobre cómo llegar hasta los límites de su propio padecimiento. Una periodista colombiana ha tenido el valor de documentar su vida, después del suicidio de su hijo, en un libro doliente en el que pide a gritos que su hijo resucite. Porque necesita imperiosamente “su singularidad, su modo de reír, de caminar, de vestirse. Su olor. Porque jamás el universo producirá otro Daniel”.

Casi todos estos libros que cuento están escritos por mujeres, quizá porque la mujer tiene más atrevimiento a la hora de realizar un desarrollo minucioso de cuanto produce un daño extraordinario. El hombre es más proclive a ponerse en fuga, la mujer en cambio guardia y paladea. Me pasó anoche con un matrimonio. Acababan de saber que sus hijos habían fallecido en un accidente de moto. Ella era expansiva y extrovertida, pero no porque fuera divertida, sino por la costumbre de darse a las amigas, de poner en común sus minucias ordinarias. En cambio, en él se advertía un derrumbe mayor, su oficio de hombre le hacía guardarse las zonas de oscuridad, sin ponerlas en ese terreno de juego donde se comparte la vida.

Y de repente aparece el evangelio de hoy como un toque de trompeta en mitad de la noche. Nada existe tan feliz como estas palabras de María. Bueno, quizá el primer brote de la dama de noche en una tarde de verano que comienza a desaparecer, también reúna tanta alegría. ¿Qué es lo que pronuncia María en el Magnificat?, ¿un diálogo?, ¿un monólogo? Es la estupefacción absoluta de quien está agradecido por un regalo inconcebible. Porque es inconcebible dar a luz a quien es la misma luz, de donde toda inocencia y felicidad nacen. En un golpe de vista María entiende lo que a Dostoieski le costó toda su vida, que los seres humanos hemos recibido la intuición secreta de nuestro anclaje en otro mundo, y que del sentimiento íntimo de esta relación nace la alegría.

María ya no tiene más cometido que custodiar una alegría absoluta que se le regaló.