Sí, va a ser esta noche. Cuando todo siga igual, ya nada será lo mismo. Qué manera de hacer las cosas tan respetuosa con el ser humano. Podía haber nacido en Roma, delante del mismísimo Augusto, “mi querido emperador, mi reino no es de este mundo, tu poder durará lo que duren tus hechos y los dichos de quienes te adularán. Sin embargo, yo he venido a que podáis entrar definitivamente en el Reino De Dios, un reino que no se agota”. Y entonces el vastísimo imperio romano se convierte a la nueva fe, y todos proclaman en latín que Cristo es verdadero Dios y verdadero hombre, porque ya no hacen falta concilios para deletrear y definir a Jesús de Nazaret. Pues no fue así. Se enteraron algunos animales y una docena de pastores que pasaban la noche poniendo leña en el fuego. Porque a Dios le interesa el paso a paso, el poco a poco, y esa inocencia de los pobres que sólo poseen su corazón, el único bien inmaterial que se precisa para ser anfitrión de Dios.

El Señor del Universo se hace obediente a la ley de la gravedad de un planeta minúsculo, dependiente de una madre para no morir de hambre, con necesidad de juegos y fiestas para poder crecer. Todo empieza de noche y todo seguirá de noche dos mil años después, para que sólo quien tenga ganas de luz pueda entrar en este misterio de puntillas. Te ven los ciegos, decía Miguel Hernández, oh noche amable más que la alborada, decía Juan de la Cruz. Desde que Dios puso su tienda entre nosotros, los poetas y los místicos andan enamorados de la poquita luz que se necesita para ver a Dios, porque lo muy pequeño ya es mucho.

Todo está del revés. Las ambiciones de los hombres ya no sirven de mucho, se inicia un tiempo de perplejidad, porque desde el inicio hasta el fin de la vida de Cristo en la tierra, todo es sorpresa. A cada acontecimiento de su vida se añade el comentario del ser humano, “no puede ser”. El mismísimo Dios mudo y viviendo del trabajo de sus manos en Nazaret, “no puede ser”. Dios sangrando, Dios muerto, “no puede ser”. Y entonces Dios vivo, pero se muestra sin exhibición, más bien se diría que es descubierto, “no puede ser”. Qué elocuencia la de un Dios que entra como un inmigrante sin papeles en un territorio que recorre inadvertido, como un ladrón… Qué profundas las palabras de Raniero Cantalamessa, predicador de la casa pontificia, en su tercera plática de Adviento ante Francisco: “Amar a Dios con todas las fuerzas es “el primer y mayor mandamiento”. Pero antes del orden de los mandamientos, está el orden de la gracia, es decir, del amor gratuito de Dios. El mandamiento mismo se funda en el don; el deber de amar a Dios se basa en ser amados por Dios: Nosotros amamos porque él nos amó primero”.

Esta es la novedad de la fe cristiana con respecto a cualquier ética basada en el “deber”. A Dios y al prójimo sólo les debemos amor. Por eso, si hoy enciendes tu vela de Nochebuena, y te quedas cerca de una imagen del Niño, dile que te basta un poco de luz para ser uno de esos locos que quieren iniciarse en tanto amor.