El Niño nacido en Belén por nosotros es “luz para alumbrar a las naciones”, a cada hombre. Él ilumina nuestra conciencia de tal modo que nos muestra la verdad de nuestros actos, como dice Simeón él dejará “clara la actitud de muchos corazones”. Sin esa luz, cada hombre quedaría atrapado en los límites de su capacidad para conocer la verdad sobre el bien para el que ha sido creado. Quedaría encerrado en sus apreciaciones subjetivas, siendo incapaz de distinguir la verdad de lo que nos parece o sentimos, confundiendo los deseos con la realidad.
Cualquiera de nosotros podríamos decir que conocemos a Jesús, pero ¿es verdad? Cristo, la Palabra de Dios hecha carne, nos manifiesta la verdad. San Juan nos recuerda en la lectura de hoy que “quien dice yo le conozco y no guarda sus mandamientos es un mentiroso y la verdad no está en él. Pero quien guarda su Palabra, ciertamente el amor de Dios ha llegado en él a su plenitud”. El camino es, por tanto, dejarnos enseñar por él. Es decisivo dejarnos iluminar por este Niño que se nos ha dado, por “la luz verdadera que brilla ya”. Hemos de mirarle y abrirle nuestro corazón y nuestra mente, dejar de juzgar al mundo y a nosotros mismos desde nuestras luces para hacerlo desde la suya. Mirándole, permitir que vaya transformando nuestra mirada y nuestro conocimiento sobre los demás. Necesitamos detenernos un tiempo cada día para mirar con el corazón a este Niño. Este tiempo de Navidad es un tiempo privilegiado para hacerlo. Detenernos ante el Nacimiento y contemplar la escena. Mirar y fijarnos en los mil detalles que nos muestran María, José y el Niño. Y pedirle a Jesús Niño, “que vea con tus ojos, Cristo mío, Jesús de mi alma”.
Ante la verdad de nuestra miseria y pequeñez podría insinuarse una cierta tristeza y desánimo. Entonces es el momento de recordar el anuncio a los pastores, que hemos oído de nuevo en la noche del nacimiento del Niño Dios: “no temáis, os traigo la buena noticia, la gran alegría para todo el pueblo: hoy, en la ciudad de David, nos ha nacido un Salvador”. Dejemos a sus pies nuestras limitaciones y pecados. Dejémonos salvar gratuitamente, sin esperar a tener méritos, que nunca podríamos alcanzar. Puede parecer sencillo, pero no siempre reunimos la suficiente humildad para ello. Según recoge F. J. SHEEN, una tradición muy antigua narra la aparición de nuestro Señor a San Jerónimo. Jesús le preguntó: Jerónimo, ¿qué me vas a dar?, a lo que el Santo respondió: te daré mis escritos. Y Cristo replicó que no era suficiente ¿Qué te entregaré entonces? ¿Mi vida de mortificación y de penitencia? La respuesta fue: tampoco me basta. Entonces, San Jerónimo le preguntó desconcertado: ¿qué me queda por dar? La respuesta de Cristo no pudo ser más expresiva: puedes darme tus pecados, Jerónimo – Cf. Desde la Cruz, p. 16 -. Y ciertamente, cuántas veces nos podría decir a ti y a mí: hijo, dame tus pecados, déjame que yo los perdone, no eres tú quien puede perdonar, no son tus actos, sino los míos. Sólo Él puede perdonar los pecados, sólo Él puede salvarnos.
Que Nuestra Madre, refugio de los pecadores nos anime siempre a dejar que su Hijo toque nuestra miseria y nos sane.
Querido hermano:
Confíale tu vida a Jesús, y te invito a que hagas lo que hizo Simeón: «Toma en brazos a Jesús»; abrázale, mírale a los ojos y cuéntale tus necesidades. Él ha venido a ordenar, sanar, purificar, dar vida donde parece que tiene protagonismo la muerte.
El precio de acoger a Cristo y hacerle presente en la vida no es pequeño, aunque seguir a Cristo en la vida lo compensa todo. Simeón se dirigió a María y le anticipó que la vida de Jesús no sería fácil y que ella tendría que sufrir.
«Mira, este está puesto para que muchos en Israel caigan y se levanten; será como una bandera discutida: así quedará clara la actitud de muchos corazones. Y a ti, una espada te traspasará el alma».
En la vida cristiana, en el seguimiento a Cristo, nadie nos ha asegurado comodidad o privilegios, y cuando la vida cristiana es cómoda y placentera suele ser porque hay otros intereses.
En la vida nadie nos puede asegurar comodidad y que todo sea de color de rosas, pero acoger a Cristo siempre nos dará fortaleza para continuar, alegría para sonreír, fe para confiar, esperanza para saber hacia dónde, amor para apostar por la vida incluso en las tormentas.
Como Simeón, repite cada día, cada noche lo hacemos en Las Completas: «Ahora, Señor, según tu promesa, puedes dejar a tu siervo irse en paz. Porque mis ojos han visto a tu Salvador, a quien has presentado ante todos los pueblos: luz para alumbrar a las naciones y gloria de tu pueblo Israel».
Toma a Jesús en tu vida y camina desde la fe. Reza cada día el Santo Rosario. Sé voluntarioso, ayuda al más necesitado. Ora por otros. Tu hermano en la fe: José Manuel.
MIENTRAS NO HAYA COHERENCIA!!! Y FRUTOS EN LA IGLESIA Y BAUTIZADOS, SERA PURO BLABLA…. ASHISSSSS
Amén
Rezamos desde el fondo del corazón por la mejoría de Su Santidad el Papa Benedicto xv1. Agase Tu Voluntad Señor
Cuando nos sentimos jovenes a los 4o o 50 años y llenos de vida e ilusiones, vemos a los mayores por encima del hombro sin pensar que el tiempo pasa rápidamente . Que Dios nos concede el tiempo que nos ha destinado. Al empezar otro añole damos gracias y » hasta que Tu quieras Señor»