La fiesta que celebramos hoy nos invita a volver nuestra mirada a la familia en que creció Jesús y descubrir en ella el plan de Dios para la familia hecho realidad. Tenemos necesidad de ejemplos vivos, de testigos y modelos. Siendo el centro y motor de la vida familiar el amor, necesitamos “aprenderlo” viéndole, encarnado. Esta es una las misiones más importantes que Dios confiere al hombre y a la mujer: enseñar qué es el amor en la práctica. Y es muy importante porque está en juego la realización de la persona, su felicidad. Nos recordaba San Juan Pablo II: “El amor hace que el hombre se realice mediante la entrega sincera de sí mismo. Amar significa dar y recibir lo que no se puede comprar ni vender, sino sólo regalar libre y recíprocamente” (“Carta a las Familias” 11). Los hijos aprendemos qué significa esa entrega, en primer lugar, en nuestros padres. Un ejemplo vale más que mil teorías: si vuestros hijos ven cómo os queréis “con obras y de verdad”, con ternura, que es la expresión más serena, bella y firme del respeto y del amor. Es traducción del reconocimiento hacia una persona a la que no se quiere juzgar, sino ayudar. La ternura se demuestra en el detalle sutil, en el símbolo inesperado, en la mirada cómplice o en el abrazo entregado y sincero. Aprender esto de nuestros padres es algo que les agradeceremos de por vida. En nuestra familia descubriremos la alegría del servicio, del perdón de “la misericordia entrañable”, de la paciencia…

Decía San Josemaría que “en Belén nadie se reserva nada. Allí no se oye hablar de mi honra, ni de mi tiempo, ni de mi trabajo, ni de mis ideas, ni de mis gustos, ni de mi dinero. Allí se coloca todo al servicio del grandioso juego de Dios con la humanidad, que es la Redención”. De cuanto acontece en la vida familiar están dependiendo muchas cosas. En ella hay una participación del plan redentor de Dios. Y por ello el enemigo está empeñado en luchar contra la familia. Conviene no ser ingenuos, “debemos ser muy conscientes de que el mal no es una fuerza anónima que actúa en el mundo de modo impersonal o determinista. El mal, el demonio, pasa por la libertad humana, por el uso de nuestra libertad. Busca un aliado, el hombre. El mal necesita de él para desarrollarse” (Benedicto XVI “Viaje Líbano 2012).

La familia, es la gran batalla del enemigo. Carlo Caffarra, arzobispo emérito de Bolonia, y primer presidente del Pontificio Instituto Juan Pablo II para estudios sobre el matrimonio y la familia declaró esto durante una entrevista concedida el 16 de febrero de 2008: “Cuando fui nombrado por el Santo Padre primer presidente del Pontificio Instituto Juan Pablo II para Estudios sobre el Matrimonio y la Familia, recibí una carta de sor Lucía de Fátima que se puede encontrar en los archivos de dicho instituto. Esta me decía sin ambigüedades: “La batalla final entre el Señor y el reino de Satanás pasará por el matrimonio y la familia”. Sin embargo –añadía- “no tengáis miedo porque todos aquellos que actúan en favor de la santidad del matrimonio y de la familia siempre encontrarán oposición; serán combatidos por todos los medios posibles, porque lo que está en juego es decisivo. No obstante, Nuestra Señora ya ha aplastado la cabeza de Satanás”.