Dice la carta a los Hebreos: “Él, a pesar de ser Hijo, aprendió, sufriendo, a obedecer. Y, llevado a la consumación, se ha convertido para todos los que le obedecen en autor de salvación eterna». Si prestáramos atención, nos daríamos cuenta de que el centro del Sacrificio Redentor no estuvo en el sufrimiento (aún cuando lo hubo, y mucho), sino en la obediencia: Dios no se complació en que su Hijo sufriera, sino en que, aún sufriendo, obedeciera.

Ha sido la obediencia de Cristo la que ha dado a su sufrimiento un sentido redentor.
Se santifica todo el que obedece. Esa obediencia, será, en ocasiones, «vino viejo»: sufrimiento, penitencia, arrepentimiento y abrazo gozoso a las contrariedades; en otras ocasiones, será «vino nuevo»: celebración, alegría, comida y bebida, fiesta… Y ambos vinos nos santificarán por igual, si han sido criados en la bodega del cumplimiento de la Voluntad de Dios.

Obediencia es someterse al director espiritual; obediencia es olvidar la propia voluntad; obediencia es orar incesantemente para conocer lo que Dios quiere; obediencia es no ser dueño de la propia vida, sino ponerla a disposición del plan divino … Obediencia es María, la «esclava del Señor»… Virgen fiel: ¡ruega por nosotros!