San Marcos 3, 13-19

Todos, en la Iglesia y fuera de ella, somos humanos; tenemos nuestras debilidades pero no podemos usarlas para hacernos daño. No podemos airear la vida de los demás impunemente, ni creernos libres de “caer en tentación” como si no existiese el pecado para nosotros. No seamos como esos “impecables” que parece que no usaron pañales de pequeños y que en el cuarto de baño de su casa han puesto un vivero de bonsáis pues no les hace falta para “lo demás”. Mientras tanto ellos se dedican a airear las debilidades de los cristianos o buscan la diferencia en el pecado que es común a todos los hombres excepto a Cristo y a su madre la Virgen. Jesús conocía las debilidades de Pedro, de Santiago, de Juan, de Felipe, de Tomás, hasta de Judas pero a todos les ofrece su misericordia, su palabra, su llamada a ser apóstoles pues él es el “Dios que hace tanto por mí”.

Tratemos a todos como a hijos de Dios, como verdaderos hermanos, tapemos sus vergüenzas y ayudémosles a que las presenten ante el Señor, que es el único entrañablemente misericordioso. Los encaminamos a la Virgen que, como madre buena, no se va a escandalizar de “esas cosas” y no seamos rencorosos, sino que amemos de corazón … y, siempre, con una sonrisa.