Mateo 4, 12-23
“Os ruego, hermanos, en nombre de nuestro Señor Jesucristo: poneos de acuerdo y no andéis divididos”. Esta petición del Apóstol San Pablo hace que las consideraciones razonables pasen por el filtro de lo divino. Por mucho que los hombres se pongan de acuerdo, o alcancen consensos multitudinarios, resulta tan frágil como lo es la promesa de cualquiera de nosotros… en cualquier momento se la lleva el viento. Por eso, apela Pablo al nombre de Cristo. La vida de Jesús no sólo está avalada por su predicación o sus milagros, sino que está sellada con su muerte en la Cruz: “Anunciar el Evangelio, y no con sabiduría de palabras, para no hacer ineficaz la cruz de Cristo”, dirá hoy el mismo apóstol. Aquellos que piden razones para creer, olvidan el lenguaje de la entrega y de la renuncia personales que se abrazan únicamente en el “escándalo” o la “necedad” de la Cruz. Por este motivo, el cristianismo siempre será signo de contradicción ante un mundo que sólo en el poder, o en un supuesto progreso humano (abortos, guerras, ideologías…), encuentran razones.
Nos quedamos con San Juan Bautista. Llegado el momento “se quita de en medio”. Había predicado un bautismo de conversión, fue duro con los adversarios de Dios, e incluso tuvo algunos seguidores. Pero, una vez cumplida su misión, no tuvo reparos en asegurar: “Conviene que Él crezca y que yo mengüe”. Esto no es un impulso irracional, sino que es fruto de la fe, y del convencimiento de que sólo Dios dispone de nuestra existencia. También se llama humildad, que es saber cuál es nuestro sitio y el de Dios. Lo fascinante, por otra parte, es observar, tal y como nos muestra el Evangelio, a Cristo asumir el discurso del Bautista: “Convertíos, porque está cerca el reino de los cielos”. Incluso los mismos discípulos de San Juan siguieron a Jesús. Supieron reconocer en las palabras de Isaías al Salvador del mundo: “El pueblo que habitaba en tinieblas vio una luz grande; a los que habitaban en tierra y sombras de muerte, una luz les brilló”.
¿Razones? Aquellos que piden la demostración de la existencia de Dios como si de una fórmula matemática se tratara, ni siquiera creen en sí mismos, porque siempre habrá una petición de principio indemostrable. Y el que se lo toma así acabará, tarde o temprano, desesperado o frustrado… o, ¿no lo llaman ahora depresión?
La humildad de la Virgen María nos ha de llevar al reconocimiento de nuestra propia condición… “¡Madre mía, auméntanos la fe!”.
Querido hermano:
En mi vida y en la tuya, ¿somos luz de Cristo, del Evangelio, para brillar en las tinieblas de la vida? ¿Transmitimos esperanza, buenas noticias? ¿Nuestra vida brilla como una luz en medio de la oscuridad; en medio de la tristeza, el miedo, los agobios, angustias; en medio de rencores, sospechas, envidias, rivalidades, egoísmos? ¿Crees que como cristianos, seguidores de Cristo, nuestra vida podría iluminar y transmitir más y mejor a Jesús?
Jesús nos invita a que prediquemos la conversión, el cambio de mentalidad, que abandonemos los criterios del mundo, que transmitamos el amor que todo lo restaura y cambia. El Evangelio nos invita también a que recorramos todos los ambientes, lugares, que intentemos llegar a todas las personas.
Pídele a Dios que te dé la santa impaciencia e inquietud para hablar de Jesús a quien tengamos delante. El Evangelio no se impone, se propone. Pero si tú y yo no hablamos de un tal Jesús, las piedras lo harán en vez de nosotros.
Y te quiero decir que yo sí quiero hablar de Jesús a mi alrededor, pues no quiero que las piedras me sustituyan en esta misión tan maravillosa: engendrar nuevos cristianos y hablarles del amor de los amores.
Tenemos que formar parte del ejército de liberación espiritual y llevar a Jesús al corazón del mundo. Esta es nuestra hora. Donde estés, tienes que ser sal y luz del Evangelio. Confía en Dios. Perdonando, acogiendo, Orando por otros. Reza el Santo Rosario. Tu hermano en la fe: José Manuel.
Perdón por la rectificación pero, la depresión es una enfermedad no una consecuencia.