Lunes 30-1-2023, IV del Tiempo Ordinario (Mc 5,1-20)
«Le salió al encuentro, de entre los sepulcros, un hombre poseído de espíritu inmundo». La descripción que san Marcos hace de este endemoniado es digna de una película de superhéroes al más puro estilo Hollywood: «ni con cadenas podía ya nadie sujetarlo; muchas veces lo habían sujetado con cepos y cadenas, pero él rompía las cadenas y destrozaba los cepos, y nadie tenía fuerza para dominarlo». Es un hombre que nadie puede vencer, que no se deja retener por cadenas y que destroza todos los cepos. ¿No es esta la descripción del hombre verdaderamente libre no atado por nada ni por nadie? A muchos de nuestros contemporáneos bien les gustaría ser aquel hombre al que nadie podía domar, dotado de una fuerza sobrehumana para imponer su voluntad a su alrededor. Es, en definitiva, un superhombre. El ideal de la persona hecha a sí misma, sin ataduras de ningún tipo, que sigue su propio camino en la vida. Pero… ¿dónde vivía este hombre? Entre los sepulcros de un cementerio. ¿A qué se dedicaba cuando rompía todas las cadenas que lo ataban? «Se pasaba el día y la noche en los sepulcros y en los montes, gritando e hiriéndose con piedras». Es que, al final, el superhombre acaba solo. No es capaz de amar a los demás, únicamente busca imponer su fuerza a toda costa. No es capaz de comprometerse con nadie, ni entregar su vida de verdad. En definitiva, aquel hombre era un esclavo: esclavo del demonio que lo tenía preso con unas cadenas mucho más fuertes que aquellas con las que le querían sujetar los hombres.
«Los espíritus le rogaron a Jesús: “Envíanos a los cerdos para que entremos en ellos”». Pero no hay espíritu inmundo que se le resista a Jesús. No hay esclavitud que él no haya venido a liberar y a salvar. Sin embargo, este exorcismo tiene un final muy peculiar. Siempre me ha llamado la atención que los demonios (pues eran muchos –«Legión»– los que poseían a aquel desgraciado) pidieran al Señor ser enviados al menos a los cerdos. Ya se ve que esos espíritus inmundos se sienten cómodos y muy a gusto entre la porquería y la suciedad de aquellos animales. Es que, en el fondo, cuando permitimos que nuestra vida esté dominada por el espíritu del mal y nos dejamos llevar por las tentaciones del mundo o la carne, nos convertimos realmente en unos pobres animalitos. Se nos prometió la libertad, la vida verdadera, la felicidad… y acabamos revolcándonos entre los cerdos. Recuerda al hijo pródigo, que acabó su gran proyecto ilusorio y derrochador entre estos gorrinos. Por fuera seremos grandes triunfadores llenos de dinero, placer y éxito, pero por dentro no nos distinguimos mucho de un cerdito.
«El hombre se marchó y empezó a proclamar por la Decápolis lo que Jesús había hecho con él; todos se admiraban». Aquel hombre antes se creía libre, fuerte y dominador; pero ante Jesús descubrió que en realidad era un pobre desgraciado, encadenado por el Enemigo. Y se dio cuenta de que Cristo, con su palabra, le había librado de convertirse para siempre (como en los cuentos) en un cerdo corriendo –como los demás– acantilado abajo para ahogarse en el mar. ¿Cómo no iba a proclamarlo a los cuatro vientos? Jesús le había salvado la vida, y por eso le estaba eternamente agradecido. Evangelizar no es una tarea más para el cristiano, es la reacción natural y espontánea al sabernos liberados y salvados por aquel que nos ha amado con locura. No podemos dejar de gritar, como aquel hombre, que la razón de nuestra vida es Jesús.
«Apostar por la alegría y esperanza cristiana»
«Sal de tus sepulcros y busca a Jesús»
Siempre hay quienes quieren minimizar y acomodar el Evangelio en un sentido psicológico o metafórico. Pero lo cierto es que Jesús, cuya misión es salvar, se encuentra cara a cara con el enemigo, que ha poseído y maltratado a una criatura
de Dios.
Esta persona, nos dice el Evangelio, «andaba, día y noche, entre los sepulcros y por los montes, dando gritos e hiriéndose con piedras». Vivir entre sepulcros es vivir sujeto al sufrimiento y a la muerte.
En la vida todos hemos fracasado en algo, todos hemos experimentado la limitación en cuestiones que nos han superado. Algunos han vivido con dolor la separación, o la pérdida de trabajo, o la imposibilidad de trabajar en aquello para lo que se habían preparado, o una crisis económica, o la enfermedad prematura, o la tragedia de un accidente, o la dificultad con algún hijo en drogas o delincuencia.
Son muchas las realidades que nos hablan de limitación, de que no llegamos, de que no alcanzamos. Pero el problema mayor es vivir entre sepulcros generando un ambiente de fracaso, muerte y pérdida. ¿Hay alguna solución?
Lo primero es tener la certeza de que todo, todo, no lo podemos alcanzar, pero si queremos vivir respirando y sonriendo, tenemos que apostar por la alegría y esperanza cristianas; que pueden convivir con la dificultad, pero nos llevan más allá de la realidad de pérdida al sabernos amados y elegidos por Dios.
Sal de tus sepulcros y busca a Jesús, su presencia, su Palabra. Hay personas que parecen sentirse cómodos en sus sepulcros y se han acostumbrado a recibir la lástima de los demás.
El endemoniado hizo algo positivo, pues nos dice el Evangelio que: «Al ver a Jesús desde lejos, echó a correr y se postró ante Él, gritando con todas sus fuerzas: “¿Qué tengo yo que ver contigo, Jesús, Hijo del Dios Altísimo? Te conjuro por Dios que no me atormentes”».
El pasaje es para imaginarlo, pues, el endemoniado, lo primero que hace es postrarse ante Jesús, gritarle y reconocerle como Hijo del Dios Altísimo. Donde estés, tienes que ser sal y luz del Evangelio. Confía en Dios. Perdonando, acogiendo, Orando por otros. Reza el Santo Rosario cada dia. Tu hermano en la fe: José Manuel.
Querido hermano:
Siempre que vivamos situaciones de las que no tenemos control, tenemos que acudir a Dios, postrarnos ante Él, abrazarnos a sus promesas, salir de los sepulcros, donde solo hay tristeza y muerte, y buscar a Jesús, caer ante Él y gritarle: «¡Te necesito, Señor, mi Dios y Salvador!».
Un último detalle es que al liberar a la persona, Jesús envía la legión de demonios a una piara de cerdos, unos dos mil, que se despeñaron por un acantilado y se ahogaron.
Jesús nos muestra que una persona vale más que dos mil cerdos, pues no tiene precio. Su dignidad está muy por encima de lo material, y por uno vale la pena invertir y hacer lo que sea.
«No a la economía de exclusión e inequidad, pues, esa economía mata. No puede ser que no sea noticia que muere de frío un anciano en situación de calle y que sí lo sea una caída de dos puntos en la bolsa». Eso es exclusión.
«No se puede tolerar más que se tire comida cuando hay gente que pasa hambre». Eso es iniquidad. Donde estés, tienes que ser sal y luz del Evangelio. Confía en Dios. Perdonando, acogiendo, Orando por otros. Reza el Santo Rosario cada día. Tu hermano en la fe: José Manuel.