Continuamos con el primer relato de la creación llegando a su punto culminante, la creación del hombre y de la mujer. Cuando se llega a ese momento, parece que la narración se reviste de aún más solemnidad. Llama la atención ese plural, esa especie de diálogo consigo mismo: «Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza». E inmediatamente así hizo: «Y creó Dios al hombre a su imagen; a imagen de Dios lo creó; hombre y mujer los creó». Un primer aspecto que vemos aquí es que solo se menciona la imagen. San Ireneo, obispo de Lyon en el siglo II, pensaba que la imagen -como el modelo en que Dios se fija para crearnos- es el Verbo, el futuro Verbo encarnado, Jesucristo; la semejanza no es completa en el principio, la semejanza la irá dando el Espíritu Santo a lo largo de la historia, hasta que se complete el plan de Dios. Además, es el sexto día, y el número seis simboliza imperfección, inacabado… Es una idea profunda, que la creación no está acabada, por eso algunos teólogos hablan de «creación continua». Dios sigue haciendo su obra hasta el día séptimo que será el fin de los tiempos.
Además, profundizando en ese plural y la cuestión de la imagen podemos fijarnos en otro aspecto importante. Martin Buber, filósofo judío, dice que «en el principio fue la relación». Afirmación fuerte, permitiéndose cambiar el principio del libro del Génesis. Pero así es: con la creación, Dios crea un «tú» diferente de Él. Y con nuestra creación a su imagen, crea un sujeto humano (un «yo») que irremediablemente es en relación con un «tú» que es Dios, un «tú» que es el mundo, un «tú» que es la mujer para el hombre y viceversa -o, podemos ampliar, el prójimo-. A imagen de Dios mismo que es relación, pues es Uno y Trino. En estos tiempos de gran individualismo, tener presente este aspecto es muy importante, porque no es una cuestión de elección, sino de esencia. Hay muchas personas, en particular adolescentes, que tienen problemas de relación. Pasan mucho tiempo solos o en mundos virtuales. Cuán importante es educar en las relaciones verdaderas -que siempre conllevan un riesgo, pero que vale la pena-, y cuidar nuestras relaciones concretamente.
Querido hermano:
Cuando se parte de un mundo autónomo, lo primero es siempre buscar en él las causas de lo que en él sucede. Pues culpar a Dios equivaldría a negar la autonomía que con tanto cuidado se reclama. Por ejemplo, en la peste negra se multiplicaron las rogativas, procesiones, oraciones…
Actualmente, en el COVID, se han multiplicado los laboratorios; ahora bien, ¿eso no significa que la fe la debamos olvidar? No, pero sabiendo que la oración es eficaz, si descubrimos que Dios está en lo humano y que cuenta con cada uno de nosotros; tu compromiso y el mío son la prueba evidente de que Dios sigue sanando.
Por eso, aunque no negamos la posibilidad de los milagros en determinados casos, la forma ordinaria de sanar de Dios es a través de lo humano, de ti y de mí, de nuestro compromiso social, de la cercanía a quienes lo necesitan, de las obras de misericordia.
Solo un Dios que sufre puede salvarnos, pero Dios necesita de tus manos y de tu corazón para amar y seguir sanando. Reza el Santo Rosario cada día junto a la Virgen María. Pide que interceda por la Paz, en el Mundo. Tu hermano en la fe: José Manuel.
Muy bonitas reflexiones. Gracias por compartir