El evangelio de hoy nos presenta una cuestión que fue muy polémica para los primeros discípulos de Cristo, y por eso vemos que los apóstoles no comprenden y Jesús debe explicárselo mejor. «Nada que entre de fuera puede hacer al hombre impuro… Con esto declaraba puros todos los alimentos». Los Doce y muchos de los primeros cristianos eran judíos, estaban acostumbrados a muchas leyes sobre la pureza ritual, llevaban con una tradición de más de un milenio que dictaba cuándo uno era puro delante de Dios y cuándo no. Eso incluía ciertos alimentos que no se debían comer. Dicha tradición continua a día de hoy entre los judíos, que se aseguran de que lo que comen sea «kosher». Estas palabras de Jesús suponían un cambio tan grande en sus esquemas, que en el libro de los Hechos de los Apóstoles vemos lo que les costó cambiar de mentalidad: con la visión de Pedro (Hch 10, 9-23), con la celebración del llamado «concilio de Jerusalén» en el año 50 (cf. Hch 15) -el motivo principal era la circuncisión pero también este de los alimentos-, etc. Para ellos debía suponer una traición a la ley de Moisés y por tanto era difícil llegar a verlo como voluntad de Dios, pero al final la Iglesia comprendió. Todo esto nos puede decir para nuestra vida cómo no siempre es fácil comprender cuál es la voluntad de Dios, y es necesario tiempo y el confrontarse con los hermanos -y los apóstoles, es decir, los obispos y el Magisterio de la Iglesia-. También, que la novedad de Jesucristo nos podría pedir cambiar esquemas, hábitos o tradiciones que para nosotros eran irrenunciables.

Y, sobre todo, el evangelio nos habla de cuidar la pureza de nuestro corazón. Más que las formas externas, o como se dice popularmente «el cumplimiento, es decir, el cumplo y miento», debemos ser sinceros con nosotros mismos. Recuerdo cómo me escandalizaba cuándo era un niño ver que salíamos de Misa el domingo y algunas señoras comentaban entre ellas: «¿has visto qué pintas llevaba esa?» o «¿cómo tiene la vergüenza de ir a comulgar?», en ese plan. En los ejercicios espirituales de san Ignacio de Loyola se puede tener esta experiencia, de contemplar el pecado que hay en nosotros, las zonas oscuras de nuestra alma. Desde ahí se puede empezar a construir una verdadera vida cristiana, pues Cristo ha venido a redimir todo eso. En última instancia, adquirir la pureza del corazón quiere decir que Él nos vaya dando un corazón como el suyo.