Esta semana hemos terminado de confesar, por primera vez, a los 100 niños que recibirán a Cristo Eucaristía por primera vez. Da gusto ver lo nerviosos que están al principio y la sonrisa con la que salen de confesarse. ¡Qué bien se está con Dios! Siempre les pregunto a todos si rezan todos los días, este año uno ha contestado: “Yo quiero, ¡pero mi padre me dice que no lo haga!” Que pena más grande. Un padre que no quiere que su hijo se acerque a Cristo (aunque en la fiesta de la primera Comunión gastará como el que más). Habrá que rezar más por ese padre.

“En aquel tiempo, Jesús tomó consigo a Pedro, a Santiago y a Juan, subió aparte con ellos solos a un monte alto, y se transfiguró delante de ellos. Sus vestidos se volvieron de un blanco deslumbrador, como no puede dejarlos ningún batanero del mundo”.

¿Has pensado alguna vez que a la oración vas a disfrutar? El demonio nos dirá que es algo árido, difícil, sin efectividad, que siempre tienes cosas mejores que hacer o en las que pensar…, pero Dios es sorprendente. Cuando en tu habitación, o aún mejor, delante del Sagrario si puedes, te pones en la presencia de Dios, comienzas a subir ese monte alto y de pronto, descubres la grandeza de Dios, su luz, su gracia que derrocha a manos llenas. Y del alma te saldrá decir: “¡Qué bueno es estar aquí!” Ojalá todos los cristianos nos encontrásemos en lo alto del Tabor para escuchar al padre que nos dice: «Este es mi Hijo amado; escuchadlo».

No tengas miedo a hacer oración y a llevar a otros a hacer oración. No seamos como ese padre que no quiere que su hijo rece. Cuando nos ponemos ante Cristo descubrimos también nuestra grandeza y sólo nos queda el asombro.

María, madre mía, hazme alma de oración.