La tentación no estaba en las piedras, ni en los hipotéticos panes. Ni las manzanas, ni las piedras, ni los panes tienen nada de malo. Un amigo mío decía: «La cocina de mi casa es un lugar maravilloso para mis hijos pequeños a condición de que yo esté en ella y ponga las normas. Si no se convierte en un lugar peligroso, por que hay cuchillos, gas, fuego, lejía…» No hay que explicar lo tentador que puede ser para un niño jugar a espadachines con el cuchillo , o lo mucho que se parece un bote de lejía a uno de leche.

«Si eres hijo de Dios», «Dios sabe que no moriréis, seréis como dioses». La insidia de la tentación es poner en duda el amor de Dios. El demonio no gana nada con que nos hartemos de manzanas, panes o sexo. El demonio gana en el momento en que hemos dejado de confiar en Dios, antes de dar el primer mordisco. Un tropezón tiene arreglo pero si desaparece el suelo bajo nuestros pies entonces caemos al abismo, y ahí está él, esperando para recogernos. Satanás no nos tienta con lo que hay en la nevera sino con ser los amos de la cocina.

La oración, el ayuno, la limosna, no son medios para alejarnos de cosas malas sino prácticas que nos deben llevar a reconocer la verdad: que el mundo con todo lo que hay en él es un lugar maravilloso si es Dios quien lleva las riendas.