Es bonito interpretar la primera lectura, la profecía de Isaías, como un anuncio de la Encarnación y de la Unción del Verbo. Ciertamente, Jesús es la palabra eterna del Padre que sale del cielo y que viene a la tierra para fecundarla y hacerla germinar con la gracia del Espíritu Santo y que no vuelve al cielo vacía, sino después de cumplir la voluntad del Padre y hacer su misión, su encargo. No retorna de vacío, sino que es como “el buen pastor”, que ha salido a buscar a la oveja perdida, y la trae de vuelta al redil cargándola sobre sus hombros. Esta es la clave de interpretación de la historia de la salvación que encontró el gran Santo Tomas de Aquino: el exitus y el reditus. Se trata de la doble relación interna de la vida íntima de Dios: de un lado, la procesión del Verbo a partir del Padre expone la eficiencia de Dios en la creación; y de otro, la espiración del Espíritu Santo permite el retorno de las criaturas a Dios.

Y todo esto sucede con la colaboración del hombre que libremente se adhiere a este movimiento de salida y de retorno. Dios cuenta con nosotros para llevar a término su plan de salvación. Quiere que venga a nosotros su reino de paz y justicia, su reino de vida y verdad, pero por la libre respuesta y colaboración del hombre, por el “sí” de cada uno de nosotros. Es decir porque también nosotros como Jesús en Getsemaní queremos que se haga su voluntad y no la nuestra. Se trata de pedir que se cumpla su voluntad para que nuestra oración y nuestro trabajo (ora et labora) sean fecundos porque Jesus mismo los haya asumido, redimido y santificado.

Así, nuestra oración deja de ser una verborrea pagana e ineficaz para convertirse en amplificación o “caja de resonancia” de la oración del Hijo amado. La oración que en el Espíritu Santo y por medio del Hijo llega al Padre, es siempre una oración eficaz.

En la oración del Padrenuestro encontramos el compendio de toda oración cristiana. Primero nos reconocemos piadosamente hijos amados de nuestro Padre del cielo. Después, pedimos que en este mundo se cumpla su voluntad y de esta manera todos los hombres santifiquen el nombre de Dios. Para terminar, pidiendo con confianza a Aquel que conoce todo lo que necesitamos aún antes de que se lo podamos, el alimento necesario y cotidiano, la misericordia que nos perdona y nos hace a nosotros también misericordiosos, y que nos sostenga en las tentaciones y nos libre del Maligno, sus obras y engaños.

Esta oración que se dirige al Padre por medio del Hijo y en el Espíritu Santo es siempre escuchada. Por eso no podemos dejar de elevarla al cielo. Para que se cumpla el plan de Dios que quiere que todos los hombres se salven. Para que seamos una sola familia de hermanos.