El Evangelio de hoy es una crítica minuciosa al comportamiento de los fariseos y los maestros de la ley. Sencillamente porque son gente que se creen los ropajes que les envuelven, y olvidan quiénes son de verdad. De eso huía el rey Enrique V en la obra homónima de Shakespeare. Antes de entrar en la gran batalla del día de San Crispín, se camufla en un manto enorme para que ninguno de sus soldados pueda reconocerle, y va haciendo preguntas entre los distintos grupos que se calientan al fuego. Les interroga sobre la personalidad de su rey. Todos están fascinados por su bravura, dicen que sin él serían incapaces de acometer la batalla contra el francés. Cuando se queda solo y el rey reflexiona, se da cuenta de que sólo el ropaje de pedrería que porta le diferencia de los miembros de su ejército, porque es igual de vulnerable que ellos, es sólo un ser humano frágil y necesitado que implora el aliento de los demás. 

En cambio los fariseos se creyeron sus ropajes y personajes, y abandonaron su condición de creyentes. El Señor no tiene más ojos que aquellos que se dirigen al interior, no le interesa la apariencia, le parece una nadería. Porque inventarse personajes es una tarea de mediocres que no buscan la verdad. Cuánto me emocionó el mensaje de un joven que reconocía delante del Señor su vanidad a pesar de su apariencia de santidad. El texto decía lo siguiente:  Llevo unos meses intentando formarme con mil cursos. Tengo una lucha constante por ser mejor, por ser como San José, por ser el hijo perfecto, el hermano perfecto, ¿pero, para qué? ¿Para ponerme la medallita de que soy San José y poder decirlo por ahí? Me he dado cuenta de que, Señor, te he perdido de vista intentando ser mejor. Porque lo he hecho para pensar que soy el mejor. Perdóname, quiero únicamente llenarme de ti, sin buscar nada, mirarte, dejarme hacer.

Es un texto valiente, porque esta pizca de lucidez es lo único que el Señor pedía a los fariseos. Pero no es fácil desgarrar el vestido que nuestra vanidad lleva años elaborando con hilos de oro finísimos. Es más fácil traspasar la coraza del pecado con la lanza de la Misericordia, que desgarrar el tejido de seda de la vanidad. Él Señor a veces se ponía muy serio con los doce, y les decía que no se les ocurriera ser como los maestros de la ley de su tiempo. Una panda de fantoches, criados a los pies de la mentira. Los discípulos del Señor sólo son portadores, portadores de la verdad. Reflejan a Dios con su alegría, porque no viven de otras alegrías. Y vuelve con su recurrencia imperturbable: que el primero sea el último. No es baladí que lo diga tantas veces en el Evangelio, es que no hay otra vía para ser un hombre completo. 

Vale, dime qué harapos hablan de ti y te diré la naturaleza de tu corazón. Dime qué posesiones muestran tu dignidad de cristiano y te diré quién eres. Muéstrame tu pobreza, tu necesidad de Dios, y te diré que no estás lejos del Reino de los Cielos.