La lectura que la Iglesia nos propone hoy es la película de aquello que dijo Juan en el arranque de su Evangelio, “vino a los suyos, y los suyos no lo recibieron”, es más, los suyos lo mataron. El creador del mundo estorbaba en el mundo creado por Él, la sabiduría no era bien recibida entre la mezquindad de los hombres. Sin embargo, el Señor no impidió el ultraje de la Pasión. No antepuso su divinidad a las leyes de la naturaleza, a la libertad humana, a la ley de la gravedad, a la ley del odio. Hoy me he preguntado en mi oración cuál debería ser la misión más urgente de un cristiano en nuestro mundo. Y no me sale más que descubrir por qué Dios ama tanto al hombre, por qué dio su vida por los desagradecidos. ¿Por qué en el fondo merecemos la pena?, esa es la pregunta urgente. ¿Por qué a pesar de que le agotamos con nuestras mezquindades, pide nuestro cariño? Así se lo dejó caer a Pedro, “Pedro, ¿me amas?”.

Cada ser humano está envuelto en docenas de capas, el hombre es un ser escabullido dentro de sí mismo. Nos da la impresión de que somos más genuinos cuanto más nos escondemos. Las heridas de nuestras particulares biografías van añadiendo capas a nuestra personalidad, y así nos vamos haciendo cada vez más impenetrables. Pues es una pena, porque si nos juzgamos por la capa más superficial, esa que aparece en primer plano, no llegamos a alcanzarnos los unos a los otros.

Hoy una chica muy joven me ha dicho entre lágrimas, que carga con un desamor que la tiene malherida. Alguien le hizo daño en su momento y no se ve capaz de volver a intentar entregarse a un ser humano. Esta chica acaba de añadir una capa de pavor a su personalidad. Y así vamos por la vida, atascados, embozados, miedosos. Pero la pregunta sigue ahí, ¿por qué Dios nos quiere tanto? Porque Él sí que ve el corazón escondido que late dentro de toda esta impermeabilidad. Él siente que ahí dentro vive un pájaro muy pequeño y algo confundido, al que las bofetadas de la vida le dejan muy sonado, prácticamente enterrado. Nos mira como si al tiempo estuviera quitando con sus dos manos la tierra que nos estorba para que podamos respirar y salir a flote. No sabemos por qué, pero está enamorado de nuestra debilidad, y quiere fortalecerla, hacerla madurar, como quien cuida con cariño de su huerto. Quiere enseñarnos la madurez del amor, y se empeñó hasta la cruz.

Una mujer sufre porque no ama a su padre anciano, ya que le hizo mucho daño durante su juventud. Su hermana le ha sugerido, “ojalá Dios te dé la mirada de misericordia que necesitas para ver la debilidad de papá”. Un pedazo de consejo. Cuando aprendemos a ver la debilidad del otro aprendemos a mirar como lo hace el mismo Dios, y entonces empezamos a amar…