“Mientras estoy en el mundo, soy la luz del mundo”. Pero no es una luz que se impone. EL hombre siempre puede cerrar los ojos y nos permitir que esa luz alumbre su interior, la verdad sobre él mismo y su destino, sobre el mundo. Cada uno necesitamos consentir en ser iluminados por Jesús, como el ciego de nacimiento que, obedeciendo la indicación de Jesús: “Ve a lavarte a la piscina de Siloé” recupera la vista. Mientras los fariseos se niegan a dejarse iluminar y por eso, aunque no sean ciegos no ven. “Para un juicio he venido yo a este mundo: para que los que no ven, vean, y los que ven, se queden ciegos”. Necesitamos hacer como el ciego e ir a lavarnos, a purificarnos de nuestros pecados y poder así ver con los ojos de Cristo no con los nuestros.

Esa luz de la fe nos permitirá abrirnos a la caridad con el prójimo. “Porque en Cristo no tienen ningún valor la circuncisión ni la incircuncisión, sino la fe que actúa por la caridad» (Gal. 5, 6). El conocimiento de la verdad es conocimiento del bien, y de ahí que la fe sea condición para la caridad. Hemos de permitir que la luz de Cristo nos muestre una y otra vez “el camino de la fe para iluminar de manera cada vez más clara la alegría y el entusiasmo renovado del encuentro con Cristo” (Benedicto XVI, “Porta fidei” 1). Jesús no deja de salir a nuestro encuentro y preguntarnos como al ciego “¿crees tú en el Hijo del Hombre? Y ójala nuestra respuesta sea siempre la del ciego: “Creo, Señor”

El ciego sin entender obedece. Y después no hará más que repetir: “Yo sólo sé que antes era ciego y ahora veo”. La fe no es un absurdo porque ahora ve, eso es un hecho ¡Cuántas veces nos sucede a nosotros algo parecido! No terminamos de comprender cómo el Señor permite que nos sucedan algunas cosas o que nos pueda pedir algo que se nos haga muy costoso, pero si nos abandonamos, si nos fiamos y vamos a “lavar nuestros ojos” en la fuente de la gracia y de la misericordia… Después vuelve la claridad.

Contrasta con la respuesta de la dureza de corazón y la ceguera de los fariseos, que se resisten a aceptar lo evidente: que antes era ciego y ahora ve. Y por ello se hacen ciegos.

Pidamos a Nuestra Madre permitir que su Hijo sea la luz de nuestra vida.